jueves, 18 de octubre de 2007

Presentación de "El tacto de un billete falso"


Juan Pablo Zapater en plena intervención

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El martes, 16 de octubre de 2007, a la hora en que estaba fijada la presentación de El tacto…, en Valencia no llovía, diluviaba. Sin embargo ni siquiera el diluvio consiguió acoquinar al puñado de amigos que había decidido acompañarme, muchos más de los que sinceramente yo esperaba. Gracias a todos.

El texto que sigue es el que el poeta y amigo Juan Pablo Zapater leyó en el acto.

Reconozco haber asistido a presentaciones literarias de todo tipo: desde aquellas tan tozudamente largas y tortuosas que me hacían jurar para los adentros que esa sería la última vez en que me dejara arrastrar por la cortesía entre escritores, hasta aquellas otras tan fugaces que apenas si consistían en levantar el ejemplar presentado con una mano y un vaso de tubo bien provisto de hielo y alcohol con la otra, mientras se lanzaba a gritos cualquier brindis pretendidamente ingenioso en mitad de un local de moda. También acuden a mi mente aquellas que ensalzaban el libro en cuestión hasta alcanzar el paroxismo, de tal modo que ni el propio autor se veía capaz de asimilar tantas alabanzas juntas sobre su obra, o por el contrario, esas otras que lo hundían con tal saña delante del público asistente, que éste, lejos de acabar deseando su lectura, optaba por escapar de ella, como si de las páginas de instrucciones de cualquier complicado aparato doméstico se tratara.

Huyendo yo de tales irreverentes recuerdos, ésta de hoy intentará ser una presentación moderadamente breve y relativamente objetiva. Y digo relativamente objetiva, porque me vincula una ya antigua amistad con
Pepe Cervera, al que conocí allá por el año 1990, cuando él todavía llevaba debajo del brazo aquel conjunto de poemas llamado Tessella -con el que había obtenido un año antes el primer premio del certamen de poesía “Miguel Hernández“ y la publicación en la “Editorial Aguaclara“-. Y es que, aunque a veces no se diga demasiado o se haga con la boca un poco distraída, el autor de El tacto de un billete falso que hoy presentamos comenzó escribiendo poesía, circunstancia que yo no me resisto a revelar, precisamente por tratarse de un género tan querido para quien os habla.

También es justo reconocer que el resultado poético de
Pepe Cervera no representaba un paradigma de la lírica al uso y ya denotaba un más que apreciable coqueteo con el género narrativo, tanto en su forma como en su fondo. Leamos a título de ejemplo un fragmento de su poema Preámbulo de un epílogo del libro Tessella:

Primero me preguntaste de qué sirve enamorarse, si el amor, en definitiva, se traduce a tristeza.
Después, para qué empeñarse en estar tristes, en ir tejiendo recuerdos que, más temprano o más tarde, se perderán en el laberinto de la memoria.
Más tarde, que si para mí era cierto aquello de que la memoria está reñida con la distancia.
Yo, como única contestación a todo, te pregunté por qué ese afán interrogativo te invadía siempre antes de hacer el amor en todos y cada uno de nuestros reencuentros”.

Centrándome ahora en el objeto de la presentación que nos ocupa, os confesaré que su autor, al entregarme una versión ya prácticamente definitiva del libro, me dijo que el nexo de unión, de haber alguno, entre los distintos cuentos que lo componían era el de estar habitados por unos personajes que acababan de perder la felicidad o estaban a punto de encontrarla. Pero ¿de qué felicidad hablamos?.

Tal vez estemos en uno de los momentos de la historia en que más se habla de la felicidad, en que más se persigue y más visionarios surgen proponiendo múltiples y curiosos métodos para alcanzarla. ¿Será precisamente porque vivimos tiempos más bien “no felices“, en los que se han erigido como soberanos los valores puramente materialistas, desterrándose otros, si no estrictamente espirituales, sí al menos más generosos o altruistas?, ¿tiempos en los que todos ciegamente creemos que seremos más dichosos cuando toquemos ese falso bienestar por el que nos pasamos luchando la mayor parte de nuestras vidas?.

Intentar monopolizar la definición de la felicidad no deja de ser un ejercicio de soberbia o un serio intento de manipulación. El propio diccionario de la Real Academia Española cae con su simpleza en una definición materialista acorde con los tiempos que corren: “Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien”; y luego cita un par de sinónimos no demasiado complicados: “Satisfacción, contento”. Por su parte, alguna enciclopedia profundiza un poco más y nos da un concepto tal vez más amplio y perfilado de la felicidad: “Situación del ser para quien las circunstancias de su vida son tales como las desea”. Es decir que, para llegar a ser feliz, lo primero es saber de qué quiere uno rodear su existencia, qué es lo que ambiciona o con qué se conformaría. Esta última podría admitirse como una definición básica de la felicidad, incluso como un acertado punto de partida desde el que trabajar para obtenerla. Pero aun creyendo haberla alcanzado siquiera temporalmente ¿qué hacer para ponerla a salvo?

Los personajes de estos relatos, en ocasiones, no saben por qué han perdido la felicidad, si la tuvieron, ni qué hacer para recuperarla. Y en eso radica uno de los mayores atractivos del libro, en colocar al lector en el disparadero en que se encuentra cada uno de los protagonistas que asoman a sus páginas, en vestirle con la a veces fría y a veces ardiente piel de los atribulados seres que reconocemos como parte de nosotros mismos.

Sumidos en un trasmundo virtual, pero mucho más humano y coherente que el que nos ofrecen los últimos adelantos cibernéticos, según avancemos en la lectura llegaremos a compartir los sentimientos de unos hijos desasistidos del cariño de sus padres, los de unos padres que han perdido el sitio ante los ojos de sus hijos, los de una bella mujer entrando en la edad madura para la que nadie la preparó a enfrentarse, los de un matrimonio extraviado entre el amor y el odio que se profesa, o los de aquel hombre que de repente se convierte en el único y quizás inútil consuelo para su más querido amigo... y en definitiva contemplaremos, junto al autor, esos cruciales momentos de la vida en los que se diría que hay que elegir entre tomar a solas una arriesgada decisión o dejar cobardemente que decidan por nosotros.

No voy a desvelar aquí las claves del argumento de ninguno de los cuentos que componen el libro, pero sí me gustaría constatar la acertada elección de los temas que los inspiran, la cotidianeidad elevada de escalón hasta dotarla de un trasfondo de sencillez misteriosa, de un cierto sabor de “novela negra” sin los clásicos personajes, ni los clásicos sucesos, que caracterizan ésta última.

Y todo esto entronca con las fuentes en las que reconoce haber bebido Pepe Cervera, esa narrativa breve norteamericana de la que son buenos exponentes Carver, Cheever y tantos otros. Simplificando al máximo el universo narrativo de estos dos últimos escritores citados, se podría decir que mientras el primero maneja personajes que viajan en trenes marcados por una asumida desdicha, el segundo lo hace con protagonistas que creen estar a salvo hasta que su destino les obliga a apearse otra vez en el oscuro andén de la infelicidad.

Las historias de Cervera transitan quizás por una “tercera vía“, un camino de hierro en el que se alternan los tramos seguros con los altamente peligrosos, en el que los viajeros realmente dudan si llegarán alguna vez a una apacible estación de término o si en cualquier momento descarrilarán sus vidas.

Además nuestro autor aporta formalmente su toque personal: un tono más que cinematográfico en la concepción de las escenas. Tanto que incluso algunas de ellas podrían catalogarse como una verdadera sucesión de rápidos planos generales, medios y primeros planos. Veamos al respecto este pequeño fragmento del relato titulado “Destellos tornasolados”, que por cierto forma un curioso díptico, repitiendo protagonistas, con el cuento que inmediatamente le sigue:

Sin embargo, hoy, a primera hora de la tarde, cuando la vemos abandonar el edificio donde trabaja, cargando con una bolsa de deporte que contiene una muda y la ropa que utiliza para sus ejercicios físicos, ya sabemos que al humedecer el perfil de su boca con la punta de la lengua y tragar saliva, notará un sabor de esparto al final de su garganta, y se sentirá torpe, agarrotada, como si se hubiera colado en una fiesta en la que no va a ser bien recibida.

Se detiene un momento en la calle y duda si coger un taxi. No le gusta esa sensación que la atenaza. Comprueba la hora en su reloj de pulsera. Mañana sin falta debe enviarle la invitación a Antonio Delinde, un crítico influyente del que está segura recibirá el apoyo que necesita para la exposición de Gustavo. Se lo debe. Saca una pequeña agenda del interior de su bolso de mano y lo anota. Faltan cuatro días para la inauguración. Cuenta mentalmente. Desconfía del servicio de correos. Mejor será llamarlo por teléfono, esta misma noche. Corrige lo anotado. Vuelve a comprobar la hora y comienza a ponerse nerviosa...

Esa agilidad narrativa y esa profunda implicación que Cervera logra despertar en el lector serían algunos de los principales rasgos que podrían definir esta colección de cuentos que hoy presentamos. Y también una calibrada dureza que se deja sentir a lo largo de los catorce textos que como catorce asaltos de un combate vital se van librando sobre el cuadrilátero que representan las páginas abiertas de este libro.

Yo, por mi parte, he intentado encajar como un buen fajador la amplia gama de sordos y estratégicos golpes que a veces me llovían desde estos relatos, y en ocasiones me he sentido aliviado al terminar su lectura, como debe sentirse un púgil al escuchar el salvador sonido de la última campana.

Confío en que otros, enfrentando este libro, acaben también con los ojos del alma amoratados y empiecen a dejar de buscar cualquier indicio de felicidad en el áspero tacto de un billete falso.

El tacto... en EL PAIS


El periódico EL PAIS, en su edición de la Comunidad Valenciana, se hace eco hoy de la presentación de El tacto de un billete falso que, como ya sabéis, tuvo lugar en la Casa del libro de Valencia el martes, 16 de octubre de 2007.
Pinchad aquí para leerlo.