viernes, 1 de febrero de 2008

Shiloh – Bobbie Ann Mason

Recuerdo que hace aproximadamente una década tuve en las manos este volumen de cuentos y que lo hojeé y lo ojeé durante un buen rato como suelo hacer antes de decidirme a comprar cualquier libro; recuerdo que por el motivo que fuera en aquella ocasión no lo incluí entre los libros que me llevé a casa y también recuerdo que curiosamente cinco o seis años más tarde, cuando en ese ir de un libro a otro volví a dar con el nombre de Bobbie Ann Mason, me vi obligado a buscarlo como un poseso por todas las librerías de viejo de Valencia hasta hacerme con un ejemplar. Cosas así ocurren a menudo, unas veces se acierta y otra se yerra, pero todas contribuyen a desarrollar el instinto, la facultad que permite desbrozar el camino que cada cual haya elegido.


Bobbie Ann Mason (Kentucky, 1942) publicó su primera historia corta en 1980, en la revista The New Yorker, y en 1982 publicó Shiloh, por el que se le otorgó el premio Hemingway a la mejor primera obra de aquel año, galardón que también ha sido concedido a otros muchos escritores importantes entre los que se cuentan Edward P. Jones, Jhumpa Lahiri o Yiyun Li. Daniel Alarcón fue finalista en 2006 con su excelente Guerra a luz de las velas.
Una de las primeras impresiones que se percibe leyendo Shiloh es que se trata de un libro que como tantos otros viaja en la estela de Catedral o Rock Springs —por citar dos claros ejemplos— si no fuera porque se publicó un año antes que el libro de Raymond Carver y cinco antes que el de Richard Ford, lo que puede acercarnos a concluir que Bobbie Ann Mason ha destilado las mismas sustancias que el resto de escritores incluidos frecuentemente en lo que se llama “minimalismo norteamericano”. No obstante, si se tiene en cuenta que este es su primer libro publicado, no es desacertado afirmar que Ann Mason —hoy autora de varias novelas, libros de memorias, biografías, crítica literaria y las colecciones de relatos Love Life (1989), Midnight Magic (1998), Zigzagging Down a Wild Trail (2002), y Nancy Culpepper (2006) — arrancó en posesión de una escritura hermosa y despejada.

Shiloh es ante todo literatura de personajes, si se entiende como tal cuando es a través de la evolución de los protagonistas que la historia también evoluciona; la forma en que se mueven, miran o reaccionan, resulta información suficiente para entender las emociones que experimentan y las inquietudes de las que difícilmente consiguen escapar. Sin embargo Ann Mason se aparta en sus descripciones de la sencillez minimalista para dotarlas de una mayor consistencia. La autora logra así sumergirse en los sentimientos de sus actores, pero al mismo tiempo —excluyendo elementos confusos que puedan complicar o entorpecer el avance de la historia— parece negarse a tomar parte en su comportamiento y autoriza al lector para que conjeture sobre las razones que les obligan a actuar de esa manera. Respecto a los personajes típicos de lo que se llama realismo sucio hay quien —pretendiendo simplificar sus resultados estilísticos— dice que se trata de seres corrientes con existencias convencionales. Después de leer los trece relatos que componen Shiloh uno piensa que no les falta razón en lo de corrientes y tampoco les falta en lo de convencionales. Aquí la escritura avanza sin obstáculos, ni más ni menos como avanza todo en la vida, y el misterio que estimula nuestras existencias se asemeja mucho al que se percibe en las historias de este libro. Y tal vez por eso mismo nos atraen los héroes de Bobbie Ann Mason, sí, tal vez porque nosotros, personas corrientes con vidas convencionales, también sentimos la necesidad de mirarnos al espejo para darnos cuenta de que hasta la más superficial de las muecas contribuye en el dibujo de nuestra fisonomía y lo que es más, en la configuración de nuestro carácter.

Ya he dicho anteriormente que pierdo muchas horas en las librerías, puede que demasiadas; me gusta abrir los libros al azar y leer párrafos enteros o saltar de frase en frase a lo largo de una página o buscar el principio y luego el final de cada relato. De esa manera tan poco pautada he conseguido muchos de los libros que hoy forman parte de los que considero indispensables. Ya he dicho que unas veces se acierta y otras se yerra. En principio Shiloh fue una casualidad que dejé pasar, luego se convirtió en un objeto de busqueda y más tarde en una sorpresa y en uno de los libros con cuya lectura podrá relamerse cualquier aficionado a la narrativa breve, eso creo; y cuando termine de leerlo, también creo que lamentará como yo lamento no disponer de la traducción de otros relatos de esta autora para seguir disfrutándola.