martes, 19 de febrero de 2008

"El tacto..." en el Ayuntamiento de Alfafar

Siegfried en la forja de Reginn
Siegfried contempla fascinado cómo Reginn forja de nuevo los fragmentos rotos de la espada de su padre regalo de Odin. La espada conquistadora ayudará a Siegfried en la misión que se le ha asignado de matar al dragón Fafnir.
W. Von Hanschild. Fresco 1880
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El maestro forjador de espadas comenzaba con una barra que consistía en ocho capas de acero separadas por y envueltas en varias capas delgadas de hierro. Esto sería calentado, martillado y doblado repetidas veces, hasta que fuera transformado en una matriz de espada de cerca de mil capas, lista para darle los acabados. Para forjar una espada superior el trozo de metal se debe templar y martillar más de cien veces. Aunque una hoja acabada pesa solamente cerca de 1.2 kilogramos, él tiene que comenzar con 1.8 kilogramos de acero de alta calidad, ya que mucho del metal se quita durante los procesos de limadura final, afilado y pulido.

Hablo de memoria si digo que cuando yo contaba diez años Manolo Montero andaría rondando la treintena. Por aquella época Manolo Montero era uno de los maestros en la escuela municipal de Alfafar en la que yo pasé buena parte de mi infancia. Para mí y entonces Manolo Montero era “Don Manuel”. Nadie puede negar que en la vida se dan momentos, sucesos, anécdotas que con el paso del tiempo despojan al pasado de la normalidad para arroparlo con el esplendor de lo extraordinario; la intervención de personas que a priori parecen como otras pero que con los años acaban dando forma concreta a nuestra existencia y su recuerdo viaja ya para siempre como una lapa adherida a nuestra memoria. Manolo Montero es una de esas personas. Finalicé mis estudios de la antigua educación general básica y me marché a la capital para estudiar bachillerato, pero esos tres o cuatro años en los que coincidimos bastaron para que cada vez que intento trasladarme hasta mi infancia me encuentre con “Don Manuel”. Había otros, sí; recuerdo aquellos cursos en los que cada asignatura la impartía un maestro distinto pero para mi siempre será “Don Manuel”. Y ahora, cuando han pasado nada más y nada menos que tres décadas, me produce una mezcla de vergüenza y orgullo el hecho de que sea “Don Manuel” quien el próximo día 22 de febrero a las ocho de la tarde intervenga en un acto que el Ayuntamiento de Alfafar ha organizado alrededor de mi libro EL TACTO DE UN BILLETE FALSO.

Nadie puede negar que las esquirlas desprendidas en la forja procedan del mismo acero que la espada.

silencios: 19 febrero 1952