martes, 11 de septiembre de 2007

La carretera - Cormac McCarthy




¿Qué más se puede decir de Cormac McCarthy?
Cuando apenas lleva una semana en las librerías españolas es difícil encontrar alguien que no haya oído hablar ya del argumento apocalíptico de la última novela del autor estadounidense: Un hombre conduce a su hijo hacia la costa a través de una tierra devastada. Hacia el sur, a pie, empujando un carro de supermercado, atravesando bosques calcinados y ciudades fantasma. ¿Por qué? ¿Qué hay en la costa? ¿Qué espera encontrar allí? El hombre no lo sabe, sin embargo su único objetivo es alcanzarla, vive para conseguirlo. No conocemos el nombre del padre ni el del chico, pero eso no importa en absoluto, porque ambos habitan un mundo que tiende a extinguirse y en el que las palabras ya no sirven para nombrar las cosas. Hace frío, llueve casi todo el tiempo, la ceniza cubre la tierra, contamina la atmósfera, el agua y la comida escasean, hay hombres que comen hombres, que comen niños para sobrevivir...

Después de la vertiginosa “Meridiano de sangre”, después de la estremecedora “Todos los hermosos caballos” (la escena que describe al protagonista, John Grady Cole, contemplando a su amada emergiendo del agua, y la que detalla la pelea en la que este se ve envuelto en una prisión de México, son de lo más sublime que puede encontrarse en la literatura de los últimos tiempos) ¿qué más se puede decir de Cormac McCarthy? Todo indica que a sus setenta y cuatro años ha dejado de ser un autor de culto para convertirse en un autor de masas, y lo malo, o lo bueno, depende de para quien, es que merece ser ambas cosas.

En esta ocasión McCarthy se transforma en mago, aunque no existe truco alguno en el manejo de lo que se lleva entre manos. Todo lo que se obtiene después de leer “La carretera” es auténtica magia, alquimia, brujería. Al igual que los genuinos chamanes siberianos, depositarios de toda sabiduría, el autor se sirve de una facultad sobrenatural para perturbar nuestra percepción de la realidad. Abandona aquí las extensas frases de obras como las dos citadas anteriormente para afinar la precisión narrativa que ya nos mostró en la novela “No es país para viejos”, publicada en el 2006, lo que ni le quita ni le añade, simplemente demuestra la maestría que ejerce en cualquier distancia que se proponga. La novela es como un gran poema épico. Un hermoso poema en prosa. Los párrafos cortos en que está estructurada ayudan a crear un clima constante y lineal que para nada podemos considerar inoportuno, todo lo contrario, muy pronto nos convencemos de que no existía otra manera de narrarla. Cormac McCarthy ha forjado un relato con efectos mántricos. A lo largo de toda la lectura subyace una vibración hipnótica que atrapa al lector desde la primera página, consigue dominarlo, suspender sus funciones anímicas; y cuando ya lo tiene atrapado, sin capacidad de decisión, lo sacude con una descarga de violencia o de ternura que lo sobrecoge. El libro se lee de un tirón pero de tanto en tanto el lector se ve obligado a parar. Es necesario detenerse, paladear, ralentizar la lectura, respirar hondo porque la historia nos está dejando sin respiración.

Hacía mucho tiempo que no ya un libro, sino algo, cualquier cosa, me emocionaba de una manera tan intensa como lo ha hecho “La carretera”. No he dejado de temblar mientras lo leía. Reconozco que he llorado cada vez que el hombre observa a su hijo dormido y se pregunta si llegado el momento tendrá fuerzas para matarlo, si podrá escoger entre dispararle o aplastar su cabeza con una piedra. He llorado cada vez que el hombre implora a Dios sin obtener respuesta, cada vez que se confiesa incapaz de imaginar pensamientos sobre la belleza o la bondad. He llorado cuando el hombre entrega el revolver a su hijo y le explica cómo saltarse la tapa de los sesos… Si te encuentran vas a tener que hacerlo. ¿Entiendes? Chsss… Nada de llorar. ¿Me oyes? Ya sabes cómo hacerlo. Te la metes en la boca y apuntas hacia arriba.

En todas las edades de la humanidad quien posee el fuego posee la verdad y posee el futuro.

Y no nos va a pasar nada malo.
Desde luego que no.
Porque nosotros llevamos el fuego.
Así es. Porque llevamos el fuego.

En distintos momentos de la novela sus dos protagonistas dialogan sobre el fuego. El fuego lo es todo: la sabiduría, la entereza, la honestidad, la rectitud, la justicia... El fuego los resguarda y los conduce, es una pertenencia que los define, que los hace ser como son y les ayuda a no perder la esperanza. Porque en definitiva no se trata de llegar a un mundo mejor, sino de ser mejores en cualquiera de los mundos, incluso en el infierno que les ha tocado habitar.

¿Dónde está? Yo no sé dónde está el fuego.
Sí que lo sabes. Está en tu interior. Siempre ha estado ahí. Yo lo veo.


Lo dos protagonistas de “La Carretera” poseen el fuego.
Cormac McCarthy también. Está en su interior. Yo lo veo.