sábado, 6 de diciembre de 2008

Proyectos de pasado – Ana Blandiana


No sé si esto que escribo acabará siendo la recomendación de un libro o un aviso para lectores con prejuicios. Reconozco que yo mismo soy un hombre a quien no le vendría mal de vez en cuando alguna que otra recomendación y reconozco también que soy un hombre con prejuicios literarios. Me explico:

Leí que Ana Blandiana —nacida al igual que Johnny Weissmuller en Timişoara en 1942, hija de un sacerdote ortodoxo preso político y por eso declarada “hija de un enemigo del pueblo”— es una escritora a la que durante años se prohibió publicar en la Rumania de Nicolae Ceauşescu, que sus libros eran retirados de las bibliotecas públicas y su nombre obviado en círculos literarios; leí que sus escritos circulaban de forma clandestina y yo, que de una forma congénita he recelado siempre de esos escritores que tal vez a su pesar encarnan el bien y la dignidad y acaban convertidos escriban lo que escriban en símbolos de la corrección ética, y que han de gustar a la fuerza porque de lo contrario uno será clasificado como poco junto a los insensibles y como mucho igual que un criminal, decidí no leerla.

Leí que se comparaba Proyectos de pasado (publicado por la editorial Periférica) con una parábola, una lección de lo que DEBERÍA SER con mayúsculas y de lo que NO DEBERÍA SER con mayúsculas también, un texto con innumerables significados pero de cuya lectura se desprendía principalmente una enseñanza moral, y yo, que siempre he pensado que la moral es como la nariz: cada cual posee la suya y cada cual la utiliza para recrearse en los perfumes o censurar los hedores que a cada cual conviene, decidí no leerlo.

Leí que en los once relatos que componen este volumen la autora había combinado la literatura testimonial y la prosa fantástica con el realismo mágico, y yo, que mi afición a ese género literario se inició y se agotó con Cien años de soledad —magnífica, por cierto— decidí no leerlos.

Reconozco además que soy un hombre cuya fuerza de voluntad en ocasiones flaquea y entonces, amparándome en alguna que otra excusa de lo más inconsistente, me salto a la torera cualquier decisión que haya adoptado, circunstancia que unas veces lamento y otras, como ahora mismo, agradezco. Sí, y digo agradezco porque a pesar de todos los factores combinados para impedir que leyera Proyectos de pasado lo he leído. Y exceptuando Una herida esquemática, fábula con la que se abre el libro — ¡OH no! otro prejuicio más: habitualmente encuentro las fábulas cargadas de hiriente ingenuidad—, y La gimnasia nocturna, cuya trama me ha resultado excesivamente previsible, creo que es un libro de relatos que vale la pena leer, dejar que repose la lectura, digerirla, y releer. Las claves que facilita Ana Blandiana trascienden la situación concreta en lo que se refiere al régimen totalitario que sometió Rumania hasta finales del siglo pasado, y por ende el panfleto que a priori temía encontrar. En el campo —el mejor de los relatos en mi opinión— podría servir para reflexionar sobre el abandono y en algunos casos desprecio hacia nuestros ancianos en las sociedades modernas; Reportaje esconde razonamientos sobre la obstinación enfermiza que nos lleva a cuidar en exceso las apariencias descuidando lo que la vida nos suministra; el relato que cede el título al conjunto, Proyectos de pasado, plantea de forma tangencial la posibilidad de una sociedad distinta y mejor, ahí mismo, al alcance de la mano; Imitación de una pesadilla —ejecutado como el relato más autobiográfico— evidencia la estafa que implica confundir la libertad con la facilidad de movimientos.

Soy un hombre con perjuicios, sí, antes he admitido poseer prejuicios y ahora admito los perjuicios que dicha actitud me acarrea. Afortunadamente en este caso he conseguido disminuir el daño rectificando el criterio inicial que me sugería no leer Proyectos de pasado, de otro modo jamás hubiera podido avisar a los que como yo poseen una idea literaria preconcebida, como tampoco hubiera podido recomendar el disfrute disfrute disfrute de este libro, y digo disfrute disfrute disfrute, así, no una ni dos, sino tres veces, porque puedo asegurar que es mucho, por lo menos el triple de lo que esperaba. Que, ¿no?; leedlo y hablamos.