Aquí os dejo el vídeo de mi intervención en el programa ENCONTRES, emitido el 10 de marzo en Punt dos, canal de Televisión Valenciana.
El relato es aquello que te cuentas a ti mismo en la sala de un dentista mientras esperas que te saquen una muela (John Cheever)
Aquí os dejo el vídeo de mi intervención en el programa ENCONTRES, emitido el 10 de marzo en Punt dos, canal de Televisión Valenciana.
Leí No es país para viejos en cuanto la editorial Mondadori publicó la traducción al castellano en noviembre de 2006 —estaba esperándolo. Procuro leer todo lo que Cormac McCarthy publica, es uno de mis autores de cabecera— y que se haya basado en éste libro ha sido la principal razón para decidirme a ver la película de los hermanos Coen el mismo día de su estreno. La novela utiliza un lenguaje cinematográfico que sin duda ha facilitado mucho su adaptación; el resultado de la película es más que correcto, fiel en extremo al texto original. La atmósfera, los diálogos —sencillos pero aforísticos— el ritmo pausado, el territorio fronterizo —tanto físico como moral, de idéntica manera a como ya lo consiguieron en cintas como Fargo— se ha plasmado en imágenes con bastante acierto. Sin embargo considero que los tres personajes principales no quedan suficientemente definidos. Parece que a los hermanos Coen les ha bastado con esbozarlos. No se aprecia la incertidumbre de Lewelyn Moss, quien por casualidad se ha metido donde no debía y llegado el momento prefiere dirigirse al fondo en lugar de bracear buscando la superficie. El mundo interior del sheriff Bell como paradigma de una época concluida y —más significativo— de una forma anacrónica de entender el mundo, tampoco acaba de concretarse. Y para terminar, se nos presenta el personaje interpretado por Javier Bardem como un simple asesino, alguien que mata sin ton ni son, cuando, en la novela de McCarthy, Chigurh es un hombre de principios, sujeto a normas que le exigen una conducta determinada —independientemente de que se compartan o se rechacen esos principios—, un hombre de honor cuyos actos obedecen a la reflexión de cómo han de ser las cosas, un hombre que sabe los sacrificios necesarios para conseguirlo. No estamos muy acostumbrados a encontrar personas con ese grado de integridad, personas que diseñen su existencia a largo plazo y se esfuercen día a día, minuto a minuto, por acatar las exigencias que ellos mismos se hayan fijado.
Pese a que al principio se apuntan maneras, hacia el final de la película los hermanos Coen dejan escapar una óptima oportunidad de retratar el mal no como algo repudiable desde la subjetividad de la víctima sino como algo que también habita en la conciencia de todos nosotros, y creo que de eso habla en definitiva la mayor parte de la obra de McCarthy. Y también creo que la objetividad de su mirada es uno de los grandes aciertos en la literatura del autor norteamericano. La objetividad y la duda que con ella consigue avivar, el miedo a girarse y reconocer ahí mismo, a menos de un paso de distancia, la morbosa atracción que despierta Antón Chigurh como ya antes la había despertado Lester Ballard en Hijos de Dios o el juez Holden en Meridiano de sangre.