La revista de curiosidad literaria Avión de papel dedica su número de julio al relato titulado 11 de julio de 2004, uno de los que componen el libro El tacto de un billete falso, e incluye la siguiente entrevista al autor.
PREGUNTA: Leo tu relato, 11 de julio de 2004, incluido en la colección El tacto de un billete falso, y lo primero que me sorprende es el título. Uno tiene como primera sensación que es aséptico. ¿Una efemérides? ¿Por qué ese título?
RESPUESTA: Buscaba un título que no provocase expectación, que no apuntase en ninguna trayectoria concreta. Aunque con este relato no pretendo sorprender en ningún momento, prefería que el lector no sospechara lo que se iba a encontrar. La fecha me parecía que era suficientemente desconcertante en ese sentido. Y, para ser sincero, he de reconocer que se trata de un homenaje: en esa fecha nació mi hijo.
Es cierto que, como primera sensación, resulta aséptico. Pero puede que el relato sea el que más carga emocional posee de todo el volumen y, por lo tanto, creo que despojar su título de emoción es un contraste atractivo.
P: La historia de 11 de julio de 2004 narra la desorientación de una pareja antes del nacimiento de su primer hijo… Tú le das la vuelta a esta situación manida y enfocas el conflicto desde otro lado: dos personas son –o por lo menos se sienten- felices. Y lo que a priori acumularía mucha más felicidad –un hijo- se convierte en un obstáculo… ¿Qué tiene de biográfico este relato?
R: Respecto a lo que el relato posee de biográfico, coincido plenamente con Thomas Pynchon cuando en la introducción a su libro Un lento aprendizaje apunta las siguientes palabras: No sé de dónde había sacado la idea de que la vida personal del escritor no tiene nada que ver con su ficción, cuando lo cierto, como todo el mundo sabe, es casi todo lo contrario. Mi hijo nació el 11 de julio de 2004 y es cierto que se llama Marc y que nada más nacer lo ingresaron en la unidad de neonatos del hospital ¿Quiero decir con eso que 11 de julio de 2004es una historia autobiográfica? ¿Posee la realidad un valor absoluto, esférico, encerrado en sí mismo, o por decirlo de algún modo es un atributo al que vamos restando espacio para ocuparlo con el resultado de nuestra imaginación?
Cuando escribo suelo utilizar los ingredientes que tengo al alcance de la mano, trabajar con lo más próximo; si he de hablar de un niño observo a mi hijo. No hay más. Tal vez, por eso, me siento cómodo utilizando la primera persona. De ese modo, quiero imprimir proximidad, hacer creíbles a mis personajes. Es importante. Será un acierto reconocernos, sentir que la situación nos impregna, verse retratados. Sólo así superará el cuento la mera anécdota. Un buen cuento se reconoce cuando, como sugería Hemingway, éste pasa a formar parte de nuestra experiencia vital.
P: ¿Y cuál fue el germen que detonó en ti a la hora de escribirlo?
R: El detonante que puso en marcha el proceso de su escritura es el mismo en casi todos mis cuentos: una mirada a mi alrededor, pero para hablar sobre él debería explicar lo que para mí es un relato. En este sentido, se me ocurre que no hay imagen que describa mejor lo que debe ser un cuento que la escena de la película SMOKE en que Harvey Keitel enseña 14 álbumes de fotos a William Hurt. En principio, a Hurt le parecen todas las fotos iguales, peroKeitel le dice que va demasiado deprisa, que apenas mira las fotos. Le recomienda ir más despacio. Y Hurt comprende que no son fotografías de la misma esquina lo que se le presenta, sino el paso de la vida. Así es como yo concibo la literatura. Como la vida. Un instante, un momento crucial para uno, pero insignificante para la humanidad, un sorbo. Pretendo emocionar al lector, obligarlo a paladear.
Por eso, opino que el cuento debe evitar ser explícito, aunque lo parezca; es preferible que insinúe, que transmita una contención siempre a punto de estallar, que obligue a mantenerse alerta. Debe reservar zonas en sombra para exigirle al lector que ponga en marcha su fantasía y la incorpore al mecanismo de la narración. Al igual que, si nosotros pudiéramos observar las fotografías de Keitel, cuando leemos esperamos que a los personajes les pasen cosas de la misma forma en que lo esperamos en nuestra propia vida. Los sucesos captan nuestra atención, proporcionan un valor añadido con el que se consigue justificar una historia. Opino que esa creencia es inexacta, a veces los sucesos nos obligan a mirar a hacia otro lado, nos distraen. La vida es la vida. Con acontecimientos, o sin ellos, todo el mundo tiene su propia historia, sólo hay que observarla.
P: Ya desde el comienzo del relato escenificas a los dos personajes en plena búsqueda del nombre de su primer hijo. Sin embargo, esta búsqueda esconde una cadena de metáforas (desde los propios posibles nombres: Mathias= divinidad; Marc=muerte). Y, además, con esta cascada de metáforas de situación dices lo que hacen para definirlos: añade Juana (…), como si se arrepintiera en el último segundo de haberlas pronunciado. / Las doscientas mil mantelerías que su madre nos regaló (…) y que todavía no nos hemos decidido a estrenar. ¿Eres siempre partidario de este tipo de estructura: que el personaje actúe y la acción lo defina ante el lector?
R: Rotundamente sí. Me inclino a pensar que cuando un personaje se mueve en el escenario, por un lado agiliza la narración, y por otro creo que los movimientos de los personajes proporcionan vida, imprimen carácter, ayudan a que el lector se reconozca en ellos. Ya he hablado antes de la importancia que adjudico a este aspecto. Me gustaría que al leer alguno de mis cuentos alguien se parara a pensar: ¡Hombre, si yo cojo el volante de la misma manera! Ese sería el principio, estoy convencido de que a partir de ahí comenzaría a reconocer expresiones, posturas, sentimientos… seguro que acababa atrapado por lo que lee.
P: En tu relato resuenan frases como aforismos, pero que tú los humanizas con moralizadores (a veces, pienso, etcétera) y también con el tono del narrador… Te hablo de fragmentos como el destino, no como azar sino como punto de llegada o bien pienso que así es como hablan los mentirosos, escondiéndose, evitando que puedas averiguar la verdad. Pero, sobre todo, ésta, que creo que en sí misma define tu cuento: A veces pienso que eso debe ser la felicidad: envejecer, (…) sentirme satisfecho, (…) y no tener miedo. ¿Es para ti eso ser feliz?
R: Reconozco que los aforismos me han ayudado a configurar la personalidad del personaje masculino, a encararlo hacia lo que acertadamente indicas como la esencia, no sólo del relato, sino del conjunto de relatos que conforman el libro: la búsqueda de la felicidad.
La búsqueda de la felicidad no es únicamente una excusa literaria, creo que no debe haber nadie que no se encuentre inmerso en ella. Sentirse satisfecho con uno mismo es estar en el camino correcto para encontrarla. Mientras tanto, todos vamos envejeciendo, y vamos recolectando momentos de dicha con los que conformamos nuestra existencia. Una vida no sería diferente de otra a no ser por el grado de satisfacción que experimentan los individuos. No importa lo que uno posea, el sentido a la vida lo otorga lo que uno necesita. Para ser feliz, sólo se necesita no necesitar nada.
P: En 11 de julio de 2004 el narrador enuncia bajo una tonalidad de dolor ante una posible pérdida… ¿Cuándo empiezas un relato apuestas previamente por el tono definitivo o bien te dejas llevar hasta encontrar desde qué sentimiento narrar la historia?
R: El tono se me va imponiendo, sin duda alguna. He pensado siempre que el proceso creativo al que me someto escapa completamente a mi voluntad. Escribo sin premeditación, obedeciendo a una necesidad tanto orgánica como espiritual. Cuando he reflexionado sobre ello, he llegado a considerarme incapaz de inventar una historia. Creo que más que inventar cuentos los vivo, los habito -o mejor dicho, dejo que me habiten-. Consiento que las ideas bullan en mi mente, que crezcan hasta derramarse como una obsesión por encima de los bordes de mi pensamiento.
Los personajes se van perfilando en el interior de mi cabeza, situándose en un momento destacado, uno de esos momentos a partir del cual para ellos ya nada será como antes. Mis personajes son como me gustaría que fuera la gente que conozco; hombres y mujeres normales, unos satisfechos por haber encontrado lo que buscaban, otros, desconcertados por haberlo dejado escapar, pero todos paseándose por mis relatos de forma idéntica a como se pasean por la vida, guiados no tanto por las grandes cuestiones como por sus particulares dramas. Convivo con ellos de forma enfermiza y son ellos los que me fuerzan a escribirlos.
El proceso de maduración es largo, a menudo demasiado, no me considero un escritor prolífico. Me cuesta mucho escribir. La gente que me es más próxima lo sabe. Sobre todo mi mujer, que es la que soporta mis estados de ánimo mientras trabajo, y, principalmente, mi malhumor, que, aunque parezca inexplicable, se me acentúa. Por el contrario, el trabajo de plasmar mis ideas en el papel tiene mucho de vehemente. Es un acto rápido, como si temiera que de otra forma las manos no fueran a retener toda la información que mi cabeza proporciona.
P: Sé que es difícil que me contestes, pero exactamente, de qué trata tu relato. Mira, cuando llego al final uno descubre una frase: una sensación de peligro inminente me sobrecoge. ¿La felicidad termina con el miedo de comenzar a comprender algunas cosas?
R: De lo que he querido hablar en este relato es del futuro, de las esperanzas, de los horizontes que se vislumbran y, sobre todo, del dolor. Estoy de acuerdo en que hacia el final del relato hay algunas frases clave: “Pienso en mis padres. No encuentro razones pero lo hago, en este preciso instante, pienso en ellos, y aunque siga enorgulleciéndome por cada uno de mis errores empiezo a comprender algunas cosas. Ignoro dónde me llevará el siguiente paso” Es como si el personaje se dijera: “Ahora, por fin, sé de donde vengo”, pero también advirtiera que no es tan fuerte como creía, que ya no depende únicamente de sus fuerzas para seguir avanzando.
El sufrimiento de alguien a quien amas causa dolor, y ese dolor se incrementa cuando uno se sabe impotente para enfrentarlo. Y, por descontado, que cuando uno cree estar cerca de la felicidad empieza a vislumbrar la verdadera magnitud del miedo. Se me ocurre que felicidad y miedo son sensaciones que andan de la mano.
P: La cita con la que comienza tu libro, El tacto de un billete falso, es de John Cheever (y de uno de sus más extraños cuentos, El enorme receptor de radio). Dicen que, mientras Raymond Carver narraba historias de personajes vacíos -sumergidos en su propio infierno de realidad-, Cheever contaba las adversidades de personajes llenos -rodeados de una falsa plenitud-, que luego, poco a poco, descubren que todo se desmorona. ¿Cuáles son tus referencias, además de Cheever?
R: Cheever, desde luego, es EL MAESTRO, con mayúsculas, pero si tiramos del cabo surgen Sherwood Anderson con su libro Winesburg, Ohio, el Ernest Hemingway cuentista, muy, muy superior al de las novelas, Raymond Carver, cómo no, y si bien incluso a mí me llega a producir cierto hartazgo (por lo recurrente que está resultando en los últimos cuentistas), he de reconocer que siempre estoy esperando nuevos libros de Tobias Wolf, Richard Ford o Thom Jones.
P: ¿Veo que tu apuesta de lectura está al otro lado del Atlántico?
R: La narrativa breve norteamericana posee una tradición envidiable. La calidad de los cuentos que allí se escriben es muy alta. Si nos remitimos al número de Granta dedicado a los mejores jóvenes novelistas estadounidenses podemos encontrar que siete de los 21 escritores elegidos aún no han publicado una novela, o sea que, únicamente, poseen libros de relatos publicados, lo que resulta impensable en España. ¡Escritores sin novela entre los mejores novelistas, no, gracias! Sin embargo en este terreno suelo ser desconfiado. Ignoro su cotidianeidad literaria, no tengo acceso a información sobre las dificultades que tienen allí los escritores para publicar un primer libro o una colección de cuentos. Hasta aquí nos llega la sensación de que, en aquel país, un escritor puede publicar un cuento en una revista y, a partir de ahí, vivir de la literatura; y tampoco será para tanto ¿no? ¿O si?
P: El tacto de un billete falso es tu primer libro… ¿Por qué has apostado por una colección de relatos, en un momento en el que la novela solapa al resto de géneros como el cuento o la poesía?
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R: Personalmente no he escogido escribir relatos. Simplemente, he escogido escribir, a secas. Por ahora, me produce una enorme satisfacción la narrativa breve. Me ofrece la posibilidad de trabajar menos los argumentos, por decirlo de algún modo, y más la transmisión de emociones, que en definitiva es lo que me interesa. Me atrae menos el qué pasa y mucho más lo que sienten los personajes a quienes pasa.
De todos modos el debate sobre novela o cuento es complejo, largo, y en el fondo aburrido por reiterado. No se trata de momentos, ya que la novela solapa y solapará siempre al resto de géneros. El verdadero debate debería existir respecto a la calidad de lo que se publica. No creo que haya que fomentar militancias en razón de si se escribe cuento o novela. Si creas dos bandos y te posicionas en uno te estarás excluyendo del otro.
Uno de los factores puede encontrarse en que se presenta a la novela como “el gran entretenimiento”; la literatura tiene que competir con el resto de pasatiempos que el mercado ofrece, y así es la novela la abanderada. Esa decisión no la han adoptado los escritores ni los lectores, nos viene impuesta por la industria editorial, que es reacia a apostar por colecciones de relatos.
P: ¿Tienes que explicar, a menudo, a qué género te dedicas?
Sí. Todavía hay gente a la que cuando le dices que has escrito un libro de cuentos tienes que puntualizar si son para niños o no, o sea, otro subgénero. Es triste. Y en el fondo puede que anide la falta de interés por la lectura, la escasa curiosidad, la pereza que convierte al lector español en un lector cómodo que prefiere comprar los libros en grandes superficies antes que perder dos horas buscando su próxima lectura en una librería. El lector español carece de instinto lector. Él se lo pierde. El instinto se adquiere a través del placer, y eso queda en el terreno de lo personal. Allá cada cual.
En el blog de mi amigo Miguel Ángel Muñoz, autor del libro de cuentos El síndrome Chéjov, se publica con fecha 14 de agosto de 2007 la reseña al libro El tacto de un billete falso que transcribo a continuación.
El tacto de un billete falso es una colección de relatos, la primera publicada de este autor valenciano nacido en Alfafar en 1965. La ha sacado al mercado la editorial Denes, tras ganar el premio Alhóndiga de narrativa breve. Vaya por delante que Pepe Cervera es un usual lector y comentador de este blog, y reconozco que me hace feliz y me congratulo enormemente de que compañeros de viaje en esta aventura bloguera se incorporen a la nómina de autores publicados como cultivadores del relato corto.
Cervera ha reunido catorce relatos bastante equilibrados en cuanto a su estilo, tema y extensión. Las citas de su libro -Cheever, Canin, Hemingway, Brodkey- denotan buen gusto en sus lecturas y preferencia por la norteamericana, de la que sus relatos son excesivamente deudores. Hay una preferencia en todos ellos por contar sus historias desde el punto de vista de sus personajes, en mostrar la intensidad con que ellos viven determinadas situaciones que se transforman en protagonistas de la narración, pero que nunca se despegan demasiado de la narración misma. Su autor ha jugado la baza de la emoción -soy defensor de esta opción, muy criticada por ciertos autores-, pero ese acto de emoción transmitida que cada relato debe ser no habría de confundirse con la transmisión de una emoción evidente con mayúsculas, lo que acercaría al relato al sentimentalismo o directamente lo haría caer en él. Cada relato es una aventura, una compleja máquina emocional que se sirve de distintos procedimientos técnicos para intentar -la palabra intento es fundamental, todo relato es siempre un acercamiento, casi siempre frustrado, a un objetivo determinado- hacer llegar al lector la experiencia de un personaje o narrador, pero es fundamental la utilización de diversas miradas, de distintas técnicas. En "El tacto de un billete falso" Cervera, en mi opinión, ha abusado de un narrador demasiado implicado en sus historias, que roza o "siente" demasiado lo que en realidad nos corresponde sentir a nosotros, al lector.Un relato fundamental del libro, "11 de julio de 2004", es un ejemplo de esto que quiero decir. En él se cuenta la experiencia de la paternidad, la llegada al mundo de un hijo con problemas que ha de ser atendido médicamente, con toda la zozobra que esto provoca en los ilusionados pero también muy asustados padres. El tema del hijo gravemente enfermo o muerto es habitual en los últimos grandes narradores americanos, casi un desafío al que gustan de enfrentarse, con los ejemplos de Carver o Lorrie Moore por delante. Este relato de Cervera tiene un final abierto, no tan trágico como los mencionados, pero sin embargo, si leemos en paralelo esos relatos y el de Cervera, comprobamos que hay una emoción "expresa" mayor en el relato del español que en los de los americanos, mucho más duros en su argumento, pero mucho más fríos también. En el relato de Cervera hay una excesiva autoafirmación de su narrador y personaje -lo que es común a otros relatos- en la expresión de sus sentimientos, sin atender a que la emoción verbalizada por un personaje, si no está apoyada en una arquitectura o estrategia narrativa conducente a trasladar esa emoción, no es suficiente para que la emoción sea efectivamente trasladada al lector. El dolor es demasiado obvio o evidente, y eso nos pone en guardia, puesto que no deja lugar al lector para investigar en ese dolor nombrado, pero sin el apoyo simbólico de otros elementos que lo expliciten donde realmente es importante: en el centro de nuestra experiencia lectora.Otro ejemplo de esa excesiva implicación del narrador está en "A ras del suelo": "No consigue acordarse de su pasado, como si nunca hubiera tenido otra cosa que lo que tiene en este momento. Tampoco tiene futuro. Perfecto, ella se lo ha buscado. Pero ¿y Chusa?". El relato cuenta el paseo de una niña por una zona miserable del extrarradio de la ciudad, pero todo se resuelve en una estampa que no nos hace entrar en conflicto con lo contado, más allá de la evidencia de la miseria en que una niña inocente tiene que desenvolverse. Para alejarlos de la simple estampa propia del realismo social, pienso que estos relatos, más que otros, tienen que estar provistos de ironía. Una ironía que no se refiere necesariamente, claro, a burla o humor, sino al cuestionamiento por algún medio de lo que se cuenta, para molestar, para implicar al lector. Este carácter de estampa afecta negativamente también a "Monsieur Vatan, le professeur".El aparato simbólico está mejor manejado en relatos como el que da título al volumen, una historia de separación de parejas, como la mayoría de volumen, pues hay que señalar que el libro denota afinidad a determinados argumentos entre los que destaca la ruptura sentimental y la infancia vista siempre como algo quebradizo y experiencia traumática para los adultos. Quizás el autor debería haber jugado más con los personajes y los argumentos, puesto que da la sensación de que algunos son variaciones sobre el mismo tema. De hecho hay dos relatos que son un díptico con repetición de personajes, lo cual es muy interesante, y algunos autores americanos lo han utilizado, así Richard Bausch en "La mujer del bombero" y Charles Baxter en "Viaje de invierno". Por otro lado, se abusa del triángulo padre, madre e hijo. Aunque sepamos que toda la historia de la literatura es la historia de una familia hay que procurar jugar con ella e introducir elementos discordantes en la misma.También quiero destacar la equívoca y extraña utilización de las notas a pie de página en dos relatos como "¿Y ahora qué?" y "Corteza de árbol". Si en este último relato pueden tener cierta explicación desde la posición del narrador, y pueden ser achacadas a una ironía del mismo -aunque afectan a su credibilidad como narrador- en "¿Y ahora qué?" está completamente fuera de lugar.Me parece muy interesante el interés que Cervera demuestra por sus personajes, y esa piedad mostrada hacia ellos, como en el buen final de "Errores", en el que quedan evidenciadas las contradicciones de un personaje que es madre y amante. Ese camino puede ir deparando en futuros libros de Pepe Cervera un acercamiento más cálido y complejo hacia ellos, siempre que, aunque parezca contradictorio, se anime a "enfriar" su prosa y su mirada sobre ellos, y prescinda de ciertos golpes de ánimo en las espaldas de sus protagonistas, aumentando las dosis de mala leche y malicia narrativa. Evidentemente, estas apreciaciones son demasiado personales, y parten del análisis de aquellos desajustes que hay en los relatos y en la búsqueda de explicaciones a los mismos. El autor posee su propio camino y quizás transitándolo de nuevo, y perfeccionándolo, los desajustes devengan música afinada, más ajustada al mensaje que el autor busca para sus relatos. Estoy seguro de que Pepe Cervera conoce perfectamente ese camino adecuado, y lo recorrerá.
Cervera ha reunido catorce relatos bastante equilibrados en cuanto a su estilo, tema y extensión. Las citas de su libro -Cheever, Canin, Hemingway, Brodkey- denotan buen gusto en sus lecturas y preferencia por la norteamericana, de la que sus relatos son excesivamente deudores. Hay una preferencia en todos ellos por contar sus historias desde el punto de vista de sus personajes, en mostrar la intensidad con que ellos viven determinadas situaciones que se transforman en protagonistas de la narración, pero que nunca se despegan demasiado de la narración misma. Su autor ha jugado la baza de la emoción -soy defensor de esta opción, muy criticada por ciertos autores-, pero ese acto de emoción transmitida que cada relato debe ser no habría de confundirse con la transmisión de una emoción evidente con mayúsculas, lo que acercaría al relato al sentimentalismo o directamente lo haría caer en él. Cada relato es una aventura, una compleja máquina emocional que se sirve de distintos procedimientos técnicos para intentar -la palabra intento es fundamental, todo relato es siempre un acercamiento, casi siempre frustrado, a un objetivo determinado- hacer llegar al lector la experiencia de un personaje o narrador, pero es fundamental la utilización de diversas miradas, de distintas técnicas. En "El tacto de un billete falso" Cervera, en mi opinión, ha abusado de un narrador demasiado implicado en sus historias, que roza o "siente" demasiado lo que en realidad nos corresponde sentir a nosotros, al lector.Un relato fundamental del libro, "11 de julio de 2004", es un ejemplo de esto que quiero decir. En él se cuenta la experiencia de la paternidad, la llegada al mundo de un hijo con problemas que ha de ser atendido médicamente, con toda la zozobra que esto provoca en los ilusionados pero también muy asustados padres. El tema del hijo gravemente enfermo o muerto es habitual en los últimos grandes narradores americanos, casi un desafío al que gustan de enfrentarse, con los ejemplos de Carver o Lorrie Moore por delante. Este relato de Cervera tiene un final abierto, no tan trágico como los mencionados, pero sin embargo, si leemos en paralelo esos relatos y el de Cervera, comprobamos que hay una emoción "expresa" mayor en el relato del español que en los de los americanos, mucho más duros en su argumento, pero mucho más fríos también. En el relato de Cervera hay una excesiva autoafirmación de su narrador y personaje -lo que es común a otros relatos- en la expresión de sus sentimientos, sin atender a que la emoción verbalizada por un personaje, si no está apoyada en una arquitectura o estrategia narrativa conducente a trasladar esa emoción, no es suficiente para que la emoción sea efectivamente trasladada al lector. El dolor es demasiado obvio o evidente, y eso nos pone en guardia, puesto que no deja lugar al lector para investigar en ese dolor nombrado, pero sin el apoyo simbólico de otros elementos que lo expliciten donde realmente es importante: en el centro de nuestra experiencia lectora.Otro ejemplo de esa excesiva implicación del narrador está en "A ras del suelo": "No consigue acordarse de su pasado, como si nunca hubiera tenido otra cosa que lo que tiene en este momento. Tampoco tiene futuro. Perfecto, ella se lo ha buscado. Pero ¿y Chusa?". El relato cuenta el paseo de una niña por una zona miserable del extrarradio de la ciudad, pero todo se resuelve en una estampa que no nos hace entrar en conflicto con lo contado, más allá de la evidencia de la miseria en que una niña inocente tiene que desenvolverse. Para alejarlos de la simple estampa propia del realismo social, pienso que estos relatos, más que otros, tienen que estar provistos de ironía. Una ironía que no se refiere necesariamente, claro, a burla o humor, sino al cuestionamiento por algún medio de lo que se cuenta, para molestar, para implicar al lector. Este carácter de estampa afecta negativamente también a "Monsieur Vatan, le professeur".El aparato simbólico está mejor manejado en relatos como el que da título al volumen, una historia de separación de parejas, como la mayoría de volumen, pues hay que señalar que el libro denota afinidad a determinados argumentos entre los que destaca la ruptura sentimental y la infancia vista siempre como algo quebradizo y experiencia traumática para los adultos. Quizás el autor debería haber jugado más con los personajes y los argumentos, puesto que da la sensación de que algunos son variaciones sobre el mismo tema. De hecho hay dos relatos que son un díptico con repetición de personajes, lo cual es muy interesante, y algunos autores americanos lo han utilizado, así Richard Bausch en "La mujer del bombero" y Charles Baxter en "Viaje de invierno". Por otro lado, se abusa del triángulo padre, madre e hijo. Aunque sepamos que toda la historia de la literatura es la historia de una familia hay que procurar jugar con ella e introducir elementos discordantes en la misma.También quiero destacar la equívoca y extraña utilización de las notas a pie de página en dos relatos como "¿Y ahora qué?" y "Corteza de árbol". Si en este último relato pueden tener cierta explicación desde la posición del narrador, y pueden ser achacadas a una ironía del mismo -aunque afectan a su credibilidad como narrador- en "¿Y ahora qué?" está completamente fuera de lugar.Me parece muy interesante el interés que Cervera demuestra por sus personajes, y esa piedad mostrada hacia ellos, como en el buen final de "Errores", en el que quedan evidenciadas las contradicciones de un personaje que es madre y amante. Ese camino puede ir deparando en futuros libros de Pepe Cervera un acercamiento más cálido y complejo hacia ellos, siempre que, aunque parezca contradictorio, se anime a "enfriar" su prosa y su mirada sobre ellos, y prescinda de ciertos golpes de ánimo en las espaldas de sus protagonistas, aumentando las dosis de mala leche y malicia narrativa. Evidentemente, estas apreciaciones son demasiado personales, y parten del análisis de aquellos desajustes que hay en los relatos y en la búsqueda de explicaciones a los mismos. El autor posee su propio camino y quizás transitándolo de nuevo, y perfeccionándolo, los desajustes devengan música afinada, más ajustada al mensaje que el autor busca para sus relatos. Estoy seguro de que Pepe Cervera conoce perfectamente ese camino adecuado, y lo recorrerá.
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