Cinco son los relatos que Juan Carlos Márquez ha reunido en Norteamérica profunda, libro que ve la luz casi tres años después de ser galardonado con el VIII certamen de relatos Rafael González Castell.
En esta ocasión, a diferencia de las que agrupó en su libro Oficios, las historias —de una mayor frondosidad argumental— vienen estructuradas en breves capítulos, escenas que de forma aislada fragmentan la narración pero en conjunto funcionan como un entramado que la ayuda a progresar con notable desenvoltura. Esta es una de las habilidades que se puede reconocer a Juan Carlos Márquez después de leer el libro: la aparente sencillez que nos permite avanzar en la lectura sin apenas dedicarle esfuerzo.
De las cinco historias —todas ellas en una línea similar de calidad— las que yo prefiero son La sombra de las acacias y La tierra en pedazos. En el primero de estos relatos, John Midletton, quien siendo niño perdió a su padre en Saigón al estallarle entre las manos una granada, malvive en el Bronx, con su madre, hasta que ambos se trasladan a vivir a Bloomington, Minnesota, al rancho de un hombre que dice estar en deuda con ellos porque John Midletton padre le salvó la vida. Allí será testigo de la creciente simpatía que su madre siente por su benefactor y conocerá a Linda, hija adoptiva de un hippie polígamo que trabaja en el rancho. Gracias a una serie de casualidades nuestro protagonista y sus amigos se convencen de que el coño de Linda posee poderes mágicos y que quien lo pruebe será capaz de conseguir lo que desea. Esto, que en principio nos puede sonar a broma anecdótica y graciosa entre adolescentes, acaba adquiriendo un grado indiscutible de trascendencia, ya que con el paso de unos cuantos años —en la universidad y con un futuro prometedor como miembro del equipo de atletismo— también John Midletton alcanzará lo que tal vez sin saberlo venía anhelando: encontrar el camino para convertirse —al igual que John Midletton padre— en un hombre bueno.
En el segundo, dos veteranos de la gran guerra vuelven a coincidir pasados veinte años en un centro penitenciario. Pese a las nuevas circunstancias ambos —Brooker, un negro enorme condenado por asesinato, y McNealy, guarda del penal— siguen manteniendo la misma relación de amistad que los unió en combate. En honor a esa antigua camaradería dedican sus ratos libres a competir por ver quien completa antes el puzzle de un mapamundi mientras conversan y se hacen compañía. Durante uno de sus numerosos diálogos Brooker insta a McNealy para que salga al mundo, viva y se sobreponga a la muerte de su esposa: “… deberías dejar esta estupidez. Nada te retiene aquí. Ahí afuera hay montones de chicas. Están por todas partes… Buscan un hombre y tú no eres tan viejo…”, le dice. En mi opinión es ahí donde se encuentra la clave del relato, ya que tiempo después, cuando Brooker sale de prisión por buen comportamiento y de camino a Memphis el lector ve avecinarse la tragedia en una escena en la que es inevitable que el negro vuelva a delinquir arruinando su vida, la historia se resuelve mediante un quiebro narrativo que nos mueve a preguntarnos si no será el otro personaje, McNealy, quien menos perspectivas de felicidad posee.
Si antes he dicho que una de las habilidades de Juan Carlos Márquez en Norteamérica profunda es la aparente sencillez de su prosa, la facilidad con que la lectura se desliza, otra de las habilidades que se le deben reconocer es el uso de un humor agudo y exquisito que se aproxima mucho al concepto que cualquiera podría tener de la ingenuidad, un humor sin malicia e incluso melancólico que a veces nos obliga a torcer el gesto de nuestra sonrisa. En este sentido veo más acertado emparentar el estilo del libro con la elegancia de Tobias Wolf que con la crudeza de Richard Ford o Raymond Carver. Y cito a estos autores por la declaración de intenciones que el propio autor señaló en una entrevista reciente: “Norteamérica profunda es un libro deudor, es mi homenaje al cine americano y a algunos escritores que pueblan mi altar de lector: Robert Louis Stevenson, Herman Melville, Raymond Carver, Truman Capote, J. D. Salinger, John Cheever y Richard Ford, entre otros”
Por mi parte me resisto a situar los cuentos de Norteamérica profunda entre los márgenes de la corriente minimalista norteamericana, lo que no considero que sea algo beneficioso ni algo perjudicial, no es un defecto ni una virtud, sencillamente es lo que es, una de las numerosas sorpresas no muy difíciles de encontrar en lo que se refiere a la narrativa breve que en España se viene cociendo durante los últimos años, un libro por el que el aficionado al cuento estará de enhorabuena, un puñado de relatos que tienen lo que deben tener los buenos relatos para gozar de una mayor difusión.
De las cinco historias —todas ellas en una línea similar de calidad— las que yo prefiero son La sombra de las acacias y La tierra en pedazos. En el primero de estos relatos, John Midletton, quien siendo niño perdió a su padre en Saigón al estallarle entre las manos una granada, malvive en el Bronx, con su madre, hasta que ambos se trasladan a vivir a Bloomington, Minnesota, al rancho de un hombre que dice estar en deuda con ellos porque John Midletton padre le salvó la vida. Allí será testigo de la creciente simpatía que su madre siente por su benefactor y conocerá a Linda, hija adoptiva de un hippie polígamo que trabaja en el rancho. Gracias a una serie de casualidades nuestro protagonista y sus amigos se convencen de que el coño de Linda posee poderes mágicos y que quien lo pruebe será capaz de conseguir lo que desea. Esto, que en principio nos puede sonar a broma anecdótica y graciosa entre adolescentes, acaba adquiriendo un grado indiscutible de trascendencia, ya que con el paso de unos cuantos años —en la universidad y con un futuro prometedor como miembro del equipo de atletismo— también John Midletton alcanzará lo que tal vez sin saberlo venía anhelando: encontrar el camino para convertirse —al igual que John Midletton padre— en un hombre bueno.
En el segundo, dos veteranos de la gran guerra vuelven a coincidir pasados veinte años en un centro penitenciario. Pese a las nuevas circunstancias ambos —Brooker, un negro enorme condenado por asesinato, y McNealy, guarda del penal— siguen manteniendo la misma relación de amistad que los unió en combate. En honor a esa antigua camaradería dedican sus ratos libres a competir por ver quien completa antes el puzzle de un mapamundi mientras conversan y se hacen compañía. Durante uno de sus numerosos diálogos Brooker insta a McNealy para que salga al mundo, viva y se sobreponga a la muerte de su esposa: “… deberías dejar esta estupidez. Nada te retiene aquí. Ahí afuera hay montones de chicas. Están por todas partes… Buscan un hombre y tú no eres tan viejo…”, le dice. En mi opinión es ahí donde se encuentra la clave del relato, ya que tiempo después, cuando Brooker sale de prisión por buen comportamiento y de camino a Memphis el lector ve avecinarse la tragedia en una escena en la que es inevitable que el negro vuelva a delinquir arruinando su vida, la historia se resuelve mediante un quiebro narrativo que nos mueve a preguntarnos si no será el otro personaje, McNealy, quien menos perspectivas de felicidad posee.
Si antes he dicho que una de las habilidades de Juan Carlos Márquez en Norteamérica profunda es la aparente sencillez de su prosa, la facilidad con que la lectura se desliza, otra de las habilidades que se le deben reconocer es el uso de un humor agudo y exquisito que se aproxima mucho al concepto que cualquiera podría tener de la ingenuidad, un humor sin malicia e incluso melancólico que a veces nos obliga a torcer el gesto de nuestra sonrisa. En este sentido veo más acertado emparentar el estilo del libro con la elegancia de Tobias Wolf que con la crudeza de Richard Ford o Raymond Carver. Y cito a estos autores por la declaración de intenciones que el propio autor señaló en una entrevista reciente: “Norteamérica profunda es un libro deudor, es mi homenaje al cine americano y a algunos escritores que pueblan mi altar de lector: Robert Louis Stevenson, Herman Melville, Raymond Carver, Truman Capote, J. D. Salinger, John Cheever y Richard Ford, entre otros”
Por mi parte me resisto a situar los cuentos de Norteamérica profunda entre los márgenes de la corriente minimalista norteamericana, lo que no considero que sea algo beneficioso ni algo perjudicial, no es un defecto ni una virtud, sencillamente es lo que es, una de las numerosas sorpresas no muy difíciles de encontrar en lo que se refiere a la narrativa breve que en España se viene cociendo durante los últimos años, un libro por el que el aficionado al cuento estará de enhorabuena, un puñado de relatos que tienen lo que deben tener los buenos relatos para gozar de una mayor difusión.
5 comentarios:
A mí, sobre todo, me gusta A la Sombra de las Acacias. Me parece el más logrado, en el que más se respira esa norteamérica profunda.
Poco más que añadir (¿para qué hacer más reseñas cuando alguien sabe ver y leer un libro?). Buena puntería, Pepe, en serio. Sólo apostillo que el cuento del indio Delaware también me resulta... entre cinematográfico y coheniano, que a Juan Carlos seguro que no sólo le han influido en lo consciente los escritores norteamericanos, sino también los cineastas desde el inconsciente, a la hora de trazar imágenes.
También resaltaría la capacidad del autor para variar de registro, entre Oficios y este libro, lo que augura poco aburrimiento para el próximo.
Un abrazo para Levante, compañero.
pd: perdona el comentario en la otra entrada, es que hay un sorbemocos argentino que me persigue, tiñoso (siempre anónimo) por todas partes. Yo creo que le gusto...
Yo creo que se esconde mucha mediocridad tras esa desgraciada moda de homenajear a los americanos, a los que relamente no les hace ninguan falta este tipo de homenajes de fans entusiastas pero poco dotados para la literatura. Si Carver era genial, lo cierto es que los carverianos (legión, por cierto) suelen ser bastante insoportables, como es el caso que nos ocupa.
Los que sois legión sois los anónimos (trolls) que vais por ahí opinando sin leeros los libros. Mi escritura se parece tanto a la de Carver como un pimiento a una patata, lo que sabrías si te hubieras leído el libro. Si los relatos de mi libro ocurrieran en Andalucía, pongamos por caso, o yo no hubiera dicho nada de mis escritores americanos favoritos es muy posible que nadie hablara de nada de esto, de lo cual he sacado una lección en claro para el futuro: volveré a hacer y a decir lo que me parezca porque, haga o diga lo que haga o diga, siempre habrá idiotas agazapados en el camino.
Publicar un comentario