Knut Hamsun (1859-1952) está considerado en la actualidad uno de los escritores fundamentales de la literatura noruega, aunque no estaría de más considerarlo uno de los escritores fundamentales de la literatura en general. Sus libros llevan cincuenta años reeditándose en España por editoriales de tirada importante como Anagrama, Alfaguara, Plaza y Janés, Círculo de lectores, Planeta, Bruguera… pese a lo cual no parece estar llamado a ser un autor conocido; ni siquiera haber sido declarado maestro por autores como Thomas Mann, Maxim Gorki, Henry Miller o Paul Auster, ha conseguido enmendar esta desafortunada situación. Tal vez esta circunstancia se deba al desprecio y aislamiento que sufrió durante años no ya él como hombre sino la totalidad de su obra, y ello debido a la fascinación que mostró por la causa nazi. Por este posicionamiento a favor de Hitler el estado noruego le condenó a pagar una indemnización que supuso su ruina. Quien fuera aclamado como héroe por sus creaciones literarias murió repudiado porque su manera de pensar fue desaprobada y calificada como desleal a la patria. Pero bueno, ahí están sus libros, más de cuarenta, y muchos de ellos convertidos en clásicos.
Desde 1882 a 1888 Knut Hamsun vivió en Estados Unidos intentando convertirse en escritor. Ignoro si cuando escribió Hambre en 1888 lo hizo fijándose en aquel periodo concreto de su vida. No me he preocupado en averiguarlo, prefiero imaginar que así fue. Prefiero imaginar que no fue sencillo para un aspirante a escritor con 23 años recién cumplidos trasladarse desde la zona rural en que nació hasta las exuberantes ciudades norteamericanas. El protagonista de Hambre también quiere ser escritor. Es más, es lo único que quiere, lo desea con todas sus fuerzas. Deambula por las calles de Christiania sin trabajo, sin dinero, empeñando hasta los botones de su chaleco para poder comer, mascando virutas de madera para paliar el dolor de estómago que el hambre provoca. No ocurre nada más en la novela, no hay más acción que esa: un hombre necesita saciar su apetito físico pero también necesita saciar su apetito intelectual. Le urge comer en la misma medida en que le urge escribir. La creación literaria es el alimento con que aplacar el sufrimiento de su espíritu. Evitando los guiones y los entrecomillados el autor mezcla y confunde los pensamientos del protagonista con los diálogos, turna los tiempos verbales sin avanzar ni retroceder en la acción, combina como sin venir a cuento el pretérito perfecto simple con el presente y el lector ni siquiera lo advierte. Hay quien encuentra en Hambre uno de los puntos de partida de la novela moderna que vendría en el siglo siguiente. Después de digerir la lectura del libro no creo que quien así piensa vaya mal encaminado. En Hambre, Knut Hamsun plantea el conflicto suscitado en el hombre moderno. Un hombre contradictorio que vive atrapado por el ritmo de vida impuesto en las ciudades y no consigue acoplarse en las estructuras individualistas de la sociedad actual. Es un hombre complejo y arrogante intelectualmente que no puede evitar cuestionarlo todo y aspira a huir, marcharse a otro lugar, lejos de todo aquello que le revuelve el estómago, marcharse, sí, pero ¿dónde? Un hombre que sufre porque sabe lo que es el sufrimiento, sabe nombrar los sentimientos con las palabras adecuadas, analizarlos, reflexionar sobre sus consecuencias, y por eso se sitúa más cerca de la ansiedad y el desconsuelo que el resto de desorientados que pueblan la urbe, a quienes precisamente su ignorancia parece colocarlos en el camino de la felicidad. Es lo fácil, cuando uno no piensa el mayor problema que se le puede presentar es un dolor de muelas.
Una de las cualidades que favorecen el descubrimiento de lo que considero buena literatura es la necesidad que me despierta un libro respecto al siguiente. Tirando de Hambre encontré a John Fante y tirando de Fante a Bukowski, y éste me llevó a Carson MCCullers y sucesivamente a John Cheever, a Salinger, de éste regresé a Twain para comprobar que en Holden Caulfield hay mucho de Huckleberry Finn, y luego fui a parar a Melville y a Hawtorne y a Sherwood Anderson y su excelente Winesburg, Ohio, y a continuación vinieron Henmingway, Carver, Ford, Richard Bausch… Si la lectura de un libro se agota en sí misma, si esa lectura no despierta en mí la avidez de acometer otra y ésta, otra y otra más, pienso que algo ha fallado. Y resulta que cada vez que intento localizar el origen de este revoltijo caótico, el arranque de estas idas y venidas, es Hambre el libro que más pronto me viene a la cabeza. A lo largo de los 120 años transcurridos desde que Knut Hamsun lo escribió, el conflicto humano al que me refería anteriormente se advierte en Kafka, en Albert Camus, en Fante (sobre todo en su obra Pregúntale al polvo, tan emparentada con Hambre), Bukowski (Factotum le debe tanto a la obra de Hamsun) e incluso en algunos personajes inadaptados de John Cheever, pero sobre todo en el mismo Cheever, ya que según se desprende de sus Diarios el martirio personal, moral e intelectual sufrido por el autor norteamericano no dista mucho del sufrimiento que padece el protagonista de la obra de Hamsun.
Creo que en Hambre podemos encontrar todavía aspectos estilísticos de lo más novedosos y una complejidad en sus personajes que podría trasladarlos al día de hoy; a sus 120 años de edad el libro es uno de esos ancianos de la tribu a los que se acude para solicitar consejo. Aunque de una manera silenciosa y en muchos casos instintiva, Hambre está más presente en la literatura actual de lo que parece.
Una de las cualidades que favorecen el descubrimiento de lo que considero buena literatura es la necesidad que me despierta un libro respecto al siguiente. Tirando de Hambre encontré a John Fante y tirando de Fante a Bukowski, y éste me llevó a Carson MCCullers y sucesivamente a John Cheever, a Salinger, de éste regresé a Twain para comprobar que en Holden Caulfield hay mucho de Huckleberry Finn, y luego fui a parar a Melville y a Hawtorne y a Sherwood Anderson y su excelente Winesburg, Ohio, y a continuación vinieron Henmingway, Carver, Ford, Richard Bausch… Si la lectura de un libro se agota en sí misma, si esa lectura no despierta en mí la avidez de acometer otra y ésta, otra y otra más, pienso que algo ha fallado. Y resulta que cada vez que intento localizar el origen de este revoltijo caótico, el arranque de estas idas y venidas, es Hambre el libro que más pronto me viene a la cabeza. A lo largo de los 120 años transcurridos desde que Knut Hamsun lo escribió, el conflicto humano al que me refería anteriormente se advierte en Kafka, en Albert Camus, en Fante (sobre todo en su obra Pregúntale al polvo, tan emparentada con Hambre), Bukowski (Factotum le debe tanto a la obra de Hamsun) e incluso en algunos personajes inadaptados de John Cheever, pero sobre todo en el mismo Cheever, ya que según se desprende de sus Diarios el martirio personal, moral e intelectual sufrido por el autor norteamericano no dista mucho del sufrimiento que padece el protagonista de la obra de Hamsun.
Creo que en Hambre podemos encontrar todavía aspectos estilísticos de lo más novedosos y una complejidad en sus personajes que podría trasladarlos al día de hoy; a sus 120 años de edad el libro es uno de esos ancianos de la tribu a los que se acude para solicitar consejo. Aunque de una manera silenciosa y en muchos casos instintiva, Hambre está más presente en la literatura actual de lo que parece.
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