Tifani Figueroa —ex policía y en la actualidad investigadora de alquiler— es el suelo sobre el que se cimientan las seis historias que integran Submáquina, publicado recientemente por Salto de página, editorial madrileña que en poco tiempo ha crecido hasta situarse en primera línea gracias a los acertados títulos que reúnen en su catálogo. La autora, Esther García Llovet (Málaga, 1963), cuyo anterior libro, Coda (Lengua de trapo, 2003), fue finalista de los premios “Órbitas” y “Casa de América de Narrativa”, ha creado en esta ocasión un personaje impasible, una mujer curtida, enigmática, y ha optado por mostrarla a rachas, en las dosis justas para despertar una intensa curiosidad, para que con cada relato el lector necesite saber más de ella. Y es que hay momentos en que García Llovet ha preferido esconderla, camuflarla entre las historias de los secundarios que la acompañan, dejarnos con la miel en los labios… En el primer cuento, Cargador, se nos da a entender que Tifani ha desaparecido. “No le gustaba la gente. Le gustaban los extraños”, dice el protagonista de ese relato. Y creo que esa información adquiere trascendencia a medida que se avanza en la lectura del libro. Es fácil la primera vez que se accede a ese detalle —al final de un párrafo, como algo dicho al vuelo, sin importancia—, tomarlo como un rasgo más del personaje, un elemento de los tantos que ayudan a la autora a configurar la personalidad de Tifani. Pero en el siguiente relato, Resorte —en el que se cuenta el contacto sexual que de manera fortuita mantiene la protagonista con un taxista—, ya se intuye que esas líneas —“No le gustaba la gente. Le gustaban los extraños”— no son de relleno, ya se intuye que esas líneas poseen un significado particular. Y al leer Seguro —el más extenso, 65 páginas, y en mi opinión el más acertado del volumen junto con el anterior, Resorte—, se tiene el convencimiento de que únicamente ese trazo ya basta para definir a Tifani Figueroa. Submáquina es un puñado de relatos escritos a conciencia que consiguen perturbar precisamente por lo que he dicho con anterioridad: el lector se queda con la miel en los labios, con la misma sensación que a veces se experimenta al final de una de esas buenas películas que te dejan satisfecho, sí, pero con la convicción de que habrá segunda parte. ¿O no, Esther? ¿Me equivoco al pensar que volveremos a tener noticias de Tifani Figueroa?
Coincido con Fernando Royuela cuando en el prólogo que abre el libro dice que la atmósfera creada por Esther García Llovet es un elemento fundamental. Las escenas descritas por la autora me han traído a la cabeza el mundo que Guillermo Arriaga suele representar en sus guiones, o la deriva de muchos personajes creados por Barry Gifford. Y lo digo sin intención de emparentar la escritura de García Llovet con la de éstos, pero es que la sensación que en su día me produjeron Arriaga o Gifford se asemeja mucho a la que hoy me ha producido Submáquina: un efecto de electrificación causado por el nervio de las historias, una energía que se acumula mientras se lee y de repente ¡¡CHASQ!!: una chispa electrostática. No sé si me explico. Como ese chasquido que sacude nuestro cuerpo al descender de un coche y tocar su carrocería después de un atractivo paseo. ¿Podría darse el caso, pues, de lectores que estando sus cuerpos cargados de electricidad estática esa repentina descarga acabara por incendiar el libro entre sus manos? Y tanto que podría. Cosas más raras se han visto. En previsión del riesgo advertido creo aconsejable sostener el libro usando unos guantes ignífugos y lo más importante, no olvidar una cadenita que colgando de la cubierta satinada favorezca el paso de la electricidad a tierra. Una vez cumplidos estos requisitos, déjense llevar, relájense, el viaje no es largo pero sí intenso; háganme caso, si quieren saber dónde ha ido a parar Tifani Figueroa tendrán que conducir hasta la frontera.
Coincido con Fernando Royuela cuando en el prólogo que abre el libro dice que la atmósfera creada por Esther García Llovet es un elemento fundamental. Las escenas descritas por la autora me han traído a la cabeza el mundo que Guillermo Arriaga suele representar en sus guiones, o la deriva de muchos personajes creados por Barry Gifford. Y lo digo sin intención de emparentar la escritura de García Llovet con la de éstos, pero es que la sensación que en su día me produjeron Arriaga o Gifford se asemeja mucho a la que hoy me ha producido Submáquina: un efecto de electrificación causado por el nervio de las historias, una energía que se acumula mientras se lee y de repente ¡¡CHASQ!!: una chispa electrostática. No sé si me explico. Como ese chasquido que sacude nuestro cuerpo al descender de un coche y tocar su carrocería después de un atractivo paseo. ¿Podría darse el caso, pues, de lectores que estando sus cuerpos cargados de electricidad estática esa repentina descarga acabara por incendiar el libro entre sus manos? Y tanto que podría. Cosas más raras se han visto. En previsión del riesgo advertido creo aconsejable sostener el libro usando unos guantes ignífugos y lo más importante, no olvidar una cadenita que colgando de la cubierta satinada favorezca el paso de la electricidad a tierra. Una vez cumplidos estos requisitos, déjense llevar, relájense, el viaje no es largo pero sí intenso; háganme caso, si quieren saber dónde ha ido a parar Tifani Figueroa tendrán que conducir hasta la frontera.
2 comentarios:
Me llama la atención en estos relatos de Esther la técnica cinematográfica empleada en su composición.
Me parece una aportación más que interesante.
Me costó pero al final lo conseguí. Tuvo que ser previa desiderata por lo que me quedaré sin él en unos días.
Lo leí ayer del tirón. NO lleva mucho, apenas un par de horas y la verdad es que es bastante interesante aunque me dejó bastante descolocado el último cuento de todos. Quizá es que era tarde y estaba cansado pero no acabé de entenderlo.
Da igual, el resto está bastante bien. Tus primera anotaciones de la novela son muy acertadas (el resto también, pero me gustaron más las primeras).
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