Desde que hace años leí el estupendo volumen de relatos Los boys —publicado por la editorial Mondadori en 1996—, Junot Díaz se convirtió en uno de esos autores a los que me gusta seguir la pista, saber más de él como creador, leer todo lo que publica. Once años — ¡once, más de una década! — he tenido que esperar. Dice Junot Díaz que tener una idea es como tener un dibujo de una casa. Tú tienes el plano ahí, el resto lo tienes que construir. Algunos te lo pueden hacer de una sola vez, hay escritores que en seis meses escriben una novela. Pero para mí eso fue una casa muy, muy difícil, porque quería tener todas esas voces, quería tener la historia de Trujillo, quería tener esa mezcla de los idiomas, quería escribir una novela que cuando uno la empieza a leer crea que es un cuento de la masculinidad dominicana. De veras es una historia de las mujeres de esta familia. Quería hacer todas estas cosas que son muy complicadas, para mí fueron complicadas y que me interesaban. Por eso yo duré tantos años. Quería esa estructura que a mí me pareció interesante, pero también era una cosa medio complicada. Por eso necesitaba todos estos años. Once años —ya digo— he tenido que esperar para volver a leerle, bueno, en realidad alguno más porque lo he leído en la edición económica que ha sacado DEBOLSILLO, pero reconozco que ha valido la pena. Entre medias tengo entendido que el autor ha ido publicando algunos relatos en revistas norteamericanas, como los tres que Daniel Gascón ha traducido y la editorial Alfabia ha publicado dentro de su colección Cuadernos.
Al principio encontré en Óscar Wao algunos paralelismos con Ignatius J. Reilly, el gordo y fofo protagonista de La conjura de los necios, sin embargo así de primeras recuerdo que éste era más insolente y temerario mientras que aquel vive martirizado por su aspecto físico y su incapacidad para adaptarse al mundo en el que vive. Óscar Wao no era uno de esos dominicanos de quienes todo el mundo anda hablando, no era ningún jonronero ni fly bachatero, ni un playboy con un millón de conquistas. Óscar Wao es un perdedor. Óscar Wao quiere pero no puede, ha tirado la toalla. Es un gordo monstruoso y cohibido que únicamente encuentra refugio en la literatura de género —pretende convertirse en el Tolkien dominicano— en los comics —Watchmen, uno de sus tres libros favoritos— y en las fantasías que él mismo maquina cada vez que una mujer lo enamora. Tal y como se nos cuenta, su historia va y viene en el tiempo, remontándose incluso hasta la época de su abuelo materno, contemporáneo del dictador Trujillo, cuyas macabras atrocidades también salpican las páginas del libro. La mirada que Junot Díaz proyecta sobre el protagonista llega a resultar aséptica hasta un punto en que el lector encuentra al personaje un tanto repulsivo, aunque cuando el narrador aparece avanzada la historia como un personaje más, novio de la hermana de Óscar, el enfoque se invierte para favorecer una visión más tierna que nos obliga a compadecernos de él, a comprenderlo, a desear que su vida cambie para mejor. Opino que la falta de emoción advertida en un primer momento viene calculada al milímetro, ya que la considero necesaria para darle a esa parte inicial de la novela una atmósfera que contribuye a la credibilidad de la historia, de la misma forma que posteriormente el autor nos empuja para que acabemos tomándole cariño al personaje.
Llamativa también he encontrado la jerga utilizada por Junot Díaz. No sé si se encuadra dentro de lo denominado spanglish, pero el efecto conseguido es sorprendente, en absoluto la considero un lastre. Enfrentarse al original de esta novela para traducirla debe haber supuesto un trabajo imponderable. En una entrevista he leído que incluso el propio autor colaboró con Achy Obejas, responsable de la versión castellana. Ahí va una muestra:
¿qué bróder viejevo no ha intentado regenerarse con la alquimia de una chocha joven? Y si lo que ella le contaba a menudo a su hija era cierto, entonces Beli tenía una de las cucas más finas del mundo. Solo el istmo sexy de su cintura podía lanzar mil yolas al mar, y mientras los muchachos de clase alta podían tener sus quejas de ella, El Gángster era un hombre de mundo, había singao con más prietas de las que podía contar. A él no le importaba nada de esa vaina. Lo que quería era chupar los pechos enormes de Beli, metérselo en el toto hasta dejárselo como un pantano de jugo de mango…
A mí me ha gustado y mucho este libro escrito no para leerlo sino para bailarlo a ritmo de bachata o merengue o lo que sea que esas mulatas hermosas y redondas de piel lustrosa bailan en las playas del caribe cubiertas con bikinis de hilo dental. Un libro interesante y divertido que me reafirma en la necesidad de seguir leyendo todo lo que publique su autor, Junot —léase Yunó— Díaz.
Al principio encontré en Óscar Wao algunos paralelismos con Ignatius J. Reilly, el gordo y fofo protagonista de La conjura de los necios, sin embargo así de primeras recuerdo que éste era más insolente y temerario mientras que aquel vive martirizado por su aspecto físico y su incapacidad para adaptarse al mundo en el que vive. Óscar Wao no era uno de esos dominicanos de quienes todo el mundo anda hablando, no era ningún jonronero ni fly bachatero, ni un playboy con un millón de conquistas. Óscar Wao es un perdedor. Óscar Wao quiere pero no puede, ha tirado la toalla. Es un gordo monstruoso y cohibido que únicamente encuentra refugio en la literatura de género —pretende convertirse en el Tolkien dominicano— en los comics —Watchmen, uno de sus tres libros favoritos— y en las fantasías que él mismo maquina cada vez que una mujer lo enamora. Tal y como se nos cuenta, su historia va y viene en el tiempo, remontándose incluso hasta la época de su abuelo materno, contemporáneo del dictador Trujillo, cuyas macabras atrocidades también salpican las páginas del libro. La mirada que Junot Díaz proyecta sobre el protagonista llega a resultar aséptica hasta un punto en que el lector encuentra al personaje un tanto repulsivo, aunque cuando el narrador aparece avanzada la historia como un personaje más, novio de la hermana de Óscar, el enfoque se invierte para favorecer una visión más tierna que nos obliga a compadecernos de él, a comprenderlo, a desear que su vida cambie para mejor. Opino que la falta de emoción advertida en un primer momento viene calculada al milímetro, ya que la considero necesaria para darle a esa parte inicial de la novela una atmósfera que contribuye a la credibilidad de la historia, de la misma forma que posteriormente el autor nos empuja para que acabemos tomándole cariño al personaje.
Llamativa también he encontrado la jerga utilizada por Junot Díaz. No sé si se encuadra dentro de lo denominado spanglish, pero el efecto conseguido es sorprendente, en absoluto la considero un lastre. Enfrentarse al original de esta novela para traducirla debe haber supuesto un trabajo imponderable. En una entrevista he leído que incluso el propio autor colaboró con Achy Obejas, responsable de la versión castellana. Ahí va una muestra:
¿qué bróder viejevo no ha intentado regenerarse con la alquimia de una chocha joven? Y si lo que ella le contaba a menudo a su hija era cierto, entonces Beli tenía una de las cucas más finas del mundo. Solo el istmo sexy de su cintura podía lanzar mil yolas al mar, y mientras los muchachos de clase alta podían tener sus quejas de ella, El Gángster era un hombre de mundo, había singao con más prietas de las que podía contar. A él no le importaba nada de esa vaina. Lo que quería era chupar los pechos enormes de Beli, metérselo en el toto hasta dejárselo como un pantano de jugo de mango…
A mí me ha gustado y mucho este libro escrito no para leerlo sino para bailarlo a ritmo de bachata o merengue o lo que sea que esas mulatas hermosas y redondas de piel lustrosa bailan en las playas del caribe cubiertas con bikinis de hilo dental. Un libro interesante y divertido que me reafirma en la necesidad de seguir leyendo todo lo que publique su autor, Junot —léase Yunó— Díaz.
1 comentario:
Por lo que dices, me ha recordado a Tres tristes tigres.
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