El escritor Miguel Ángel Muñoz (autor de los libros de relatos El síndrome Chéjov y Quédate donde estás) ha publicado una entrevista que pasa a formar parte de la más que interesante serie que puede leerse en su blog.
(Transcribo a continuación la entrevista, dado que Miguel Ángel Muñoz ha decidido cerrar su bitácora y por lo tanto no resulta posible enlazar con el contenido de la misma)
(Transcribo a continuación la entrevista, dado que Miguel Ángel Muñoz ha decidido cerrar su bitácora y por lo tanto no resulta posible enlazar con el contenido de la misma)
1. Tu libro está organizado como la novela de una vida en forma de cuentos. La vida de Andrés Tangen, y, a través de él, de las personas que lo rodean. Hay una especie de mensaje oculto en la estructura del libro: no nos confundamos, las novelas pueden hilar epopeyas cotidianas y vitales, pero también el cuento. Y no hay tantas diferencias entre ambos géneros.
La estructura del libro la tuve clara desde el primer momento. Verdaderamente me encuentro cómodo en este formato y para narrar la vida de Andrés Tangen me propuse alternar relatos cortos, de entre 2 ó 3 páginas, con otros de hasta 12 ó 14. El orden de los relatos —que tantos quebraderos de cabeza producen a muchos cuentistas— me vino dado. Tenía una historia y mi propósito era fragmentarla, romperla, que cada cuento tuviera peso y significado por sí mismo, desgajado del resto, pero que la perspectiva del conjunto añadiera una magnitud definitiva, que la rematara. Me gustaría que los lectores apreciaran un sentido nuevo cuando lleguen al final del libro, un significado que antes le hubiera pasado desapercibido, porque creo que hay elementos, sobre todo en lo que se refiere a la personalidad del protagonista, que adquieren su dimensión exacta al llegar al último relato.
Por otra parte, respecto a la diferencia entre géneros literarios, yo sí estoy convencido de que las hay —muchas y a mucha honra—, pero eso no prestigia a unos en detrimento de otros. Cada creador elige sus propios mecanismos para alcanzar lo que persigue, o bien los mecanismos eligen a cada creador. No soy partidario de conflictos entre novela y cuento. Ese es un debate que no me interesa, aunque sí me resulta llamativo que a un cuentista se le pregunte continuamente para cuándo una novela, y a un novelista no se le pregunte jamás para cuándo un libro de cuentos.
2. El gran logro de tu libro me parece la modulación elegante del lenguaje con el que se van contando las distintas fases de la vida de Andrés Tangen: cuando se abarca la crueldad de la niñez, la mirada es cruda -"Verdugos"-; para la rebeldía y el descubrimiento sexual de la adolescencia, el lenguaje es más perturbador y extrañado -"¿Cómo va a ser lo mismo?"-; para la melancolía final de la madurez, el lenguaje se va haciendo melancólico.
Sí, el tono era primordial para acotar las diferentes etapas y definir la evolución del personaje principal. Opté por una mirada cruda para la niñez, tal y como tú indicas, porque es el tiempo más sincero y espontáneo. Si en ocasiones la infancia se sitúa más cercana a la crueldad que a la inocencia, es precisamente porque se trata de una edad instintiva, carente de prejuicios. La personalidad de un niño bascula ente extremos, sin ninguna obligación social que le obligue a disimular sus sentimientos. La adolescencia es perturbadora porque en esa etapa se concreta nuestra personalidad, es en ese periodo cuando uno empieza a apuntar las señales de aquello en lo que acabará convirtiéndose, cuando lo que uno será empieza a insinuarse. Y la melancolía de los últimos relatos que comentas, Miguel Ángel, he de admitir que no había reparado en ella, pero si existe será causada por la decepción y la inseguridad que provoca en un adulto la duda permanente de no haber llegado a ninguna parte, o haber llegado a un lugar equivocado.
3. El primer relato del libro, "Verdugos", da indicios claros de qué libro nos ofreces. Es un relato violento y cruel narrado con una voz desapasionada y distante -pero siempre "comprometida", que no "entrometida", en la historia contada-.
“Verdugos” es un cuento rápido, de un solo párrafo, que tuve que rescribir hasta el agotamiento porque a sabiendas de que abriría el libro, el muy borde tendía a desobedecerme y adoptar por su cuenta matices excesivamente salvajes que lo situaban fuera del conjunto. Es curioso que la voz no te resulte “entrometida”, ya que me vi forzado a participar en exceso hasta conseguir la imparcialidad y el desapego que consideraba necesarios para que el relato funcionara. Quería imprimirle un ritmo vertiginoso, que el lector quedará sin resuello durante las primeras páginas. Lejos de mi intención estaba moralizar con esta historia. Consideraba ese extremo trascendental. Me negaba a observar al grupo de niños con los ojos de un adulto adoctrinador; los niños debían comportarse con total libertad, sin sospechar que los estaba atrapando para convertirlos en personajes de un cuento.
4. Los tres primeros relatos son en tercera persona y hay un narrador que a veces interviene –ese casi entrometido al que me refería antes- y que da ciertas opiniones, que al principio pueden sonar extemporáneas hasta que entendemos que dan el tono "coral" que el libro busca. Pero también hay relatos en primera persona, en presente, con un tono colectivo. Desde una vocación realista. Háblanos de cómo entiendes la voz narrativa.
En efecto, hay varios relatos —creo que en el que más se evidencia es “Perlas amarillas”— en los que el narrador se convierte en un infiltrado y pasa a ser un personaje más de la trama. Eso me permite acercar al lector, arrastrarlo a mi lado y cuchichearle unas cuantas frases como si se tratara de algo que nos afecta íntimamente a ambos, y luego volverlo a desplazar para que continúe leyendo. En definitiva la voz narrativa no es más que la distancia que el autor establece entre sus personajes y los lectores. Yo me propuse utilizar las tres personas verbales del singular con la finalidad de alterar la unidad de la historia, de otro modo, de haber optado por narrarla desde un único punto de vista, por ejemplo en primera persona, corría el riesgo de situarla demasiado próxima a una novela. Y me gusta pensar que esa alternancia irregular servirá para desconcertar al lector, provocarlo y evitar que se acomode y se olvide que tiene entre manos un libro de cuentos.
5. ¿Puedes hablarnos de tus autores preferidos de relato corto, y cuáles han influido más en el origen y formación de tu obra?
Es evidente que me pierden los cuentistas norteamericanos, ellos han conseguido llamar a las cosas por su nombre, hablar de la cotidianidad sin que resulte estridente ni aburrido, y lo que para mi es más importante evitando el costumbrismo. Los nombres de los autores que prefiero, más que una lista, conforman una sucesión. La lectura de uno me lleva al siguiente. O.Henry, Hawtorne, Sherwood Anderson, Hemingway, Salinger, Cheever, Alice Munro, Annie Proulx, Carver, Tobias Wolff, Richard Bausch, Richard Ford, Tohm Jones... vale, vale, voy a parar. Pero cuando pienso en el origen, en mi primera necesidad de sentarme a escribir un relato, no puedo esquivar la deuda con el Hemingway cuentista y con un libro que estructuralmente considero en la cima: “Winesburg, Ohio”, de Sherwood Anderson.
6. Escoge uno de tus relatos preferidos, por el motivo que sea, de cualquiera de tus libros: analízalo, cuéntanos cómo lo creaste, cuánto te llevó, háblanos de él cuanto quieras.
Intentaré hablar del relato titulado “Papá, no corras”, no tanto por ser mi preferido —tiendo a considerar por igual a todos mis retoños— como por ser la primera historia que quedó cerrada entre las 18 que componen el volumen. Mientras los demás cuentos existían como mero apunte ésta ya estaba escrita y finalizada, y creo que es a su alrededor que se distribuye el resto. El relato quiere hablar del abatimiento, de la fragilidad de nuestras convicciones, la debilidad de cada decisión que adoptamos y el escaso control que ejercemos sobre nuestra existencia. Surgió a raíz de una anécdota laboral. Por cuestiones de trabajo tuve contacto con una mujer que me sacaba 20 años de edad, una mujer que perfectamente podría haber sido mi madre. Se presentó en las oficinas del juzgado en el que por aquel entonces me encontraba destinado para recoger la orden de libertad de su marido. Cuando se fue con el mandamiento judicial en su poder camino del centro penitenciario, empecé a preguntarme qué podría llevar a un hombre normal y corriente a quebrantar la ley, qué pensaría una mujer normal y corriente mientras espera a su marido normal y corriente a las puertas de la prisión, qué pensaría ese hombre, qué pensarían sus hijos, cómo podrían todos ellos afrontar los días a partir de ese momento. La vida continúa y sin embargo debe ser muy difícil seguir viviendo cuando algo así sucede. El relato trata de aportar respuestas a todas esas cuestiones.
7. Tu gran pasión es la literatura norteamericana, y entre ellas están tus cuentistas preferidos. Hay algo que has tomado muy bien de esa tradición: el vínculo espacial. Alhofra, un imaginario pueblo valenciano, también presente en tu primer libro, El tacto de un billete falso, funciona como ese perfecto marco geográfico y, tal y como entiende la tradición americana, también moral.
No sólo en la literatura norteamericana existe la tradición de mitificar ciertos lugares. Está Yoknapatawpha pero también está Macondo, y aquí en España está Región, Celama, Medana… Alhofra era el espacio de mi libro “El tacto de un billete falso”, es el espacio de éste, y seguramente lo será del siguiente. Es un trabajo hecho, tengo el callejero, conozco a la gente, los veo todos los días, vivo allí con ellos… Me apetecía reconocer el escenario sobre el que iban a evolucionar mis personajes y para ello debía dotarlo tanto geográfica como espiritual e intelectualmente. Si sé donde están, sé lo que les rodea, sé lo que tienen al alcance de la mano, lo que observan por la ventana de sus casas, lo que escuchan a través de las medianeras, puedo controlarlos, me resultan creíbles. Y siempre he pensado que mientras yo me crea las historias que escribo el lector acabara por creérselas. Ahí opino que es cuando interviene la simpatía médica, como esos casos en que dos gemelos son capaces de compartir sentimientos aún estando a kilómetros de distancia.
8. Hagamos un pequeño viaje literatura-cine. Al leer tu libro y observar su estructura: diversos episodios en la vida de un personaje y personajes variados que entran y salen de los relatos, desaparecen y reaparecen tres cuentos más tarde, recordaba una tradición norteamericana que, curiosamente, ha dado sus mejores frutos en el cine. Tu libro le encantará a aquel que haya disfrutado películas como Vidas cruzadas, Happiness, Magnolia, Crash o Nueve vidas.
Hay unos cuantos lectores que ya me han advertido de cierta agilidad cinematográfica que recorre el libro. Reconozco que ese elemento se me ha colado de forma inconsciente, aunque no me desagrada que así sea. Seguro que además de las influencias literarias que no voy a negar, he recibido influencias musicales y cinematográficas, tanto de las películas que tú apuntas como las primeras de Quentin Tarantino o las de González Iñárritu. Tampoco quería limitar el protagonismo a un único personaje. Un secundario en un relato puede convertirse en protagonista del siguiente. Así es la vida, cada cual protagoniza su propia historia.
9. Ese personaje que evoluciona y aprende y se desilusiona y se enamora y fracasa en el matrimonio y se une con gente poco recomendable, esa ronda interminable que al final es la vida, permite jugar con distintos tonos narrativos. Siguiendo con las alusiones cinematográficas, hay varios relatos en los que juegas con el tono del cine negro. Digo cine porque es un clima no de novela negra, sino un humus de penumbra y violencia, de rencor y amenaza que a la vez está contado con visos muy cotidianos. Un clima, más que un género. El ejemplo más claro es el cuento que da título al libro, narrado además en segunda persona.
Ese tono oscuro y amenazante al que aludes —me quedo con la amenaza antes que con la violencia; la violencia posee un componente demasiado explícito— fue elegido a conciencia, pero no pensando en la tradición del género negro, sino intentando aproximar los cuentos a los dominios del realismo. En alguna ocasión escuché que a un escritor de prestigio le bastaba una rubia, un coche veloz y un revolver en la guantera para escribir una novela. Por el contrario yo no creo que mucha gente cumpla esos tres requisitos, al menos yo no los conozco, no me rodeo de personas así. Fui muy escrupuloso y lo pensé mucho antes de decidirme a introducir el relato “Conozco un atajo que te llevará al infierno” en el libro. No quería que rechinara con respecto al conjunto, quería que estuviera justificado, que el lector lo encontrara en el momento justo para que no provocara ningún sentimiento de rechazo. La segunda persona fue un reto que me impuse, una decisión adoptada a priori. Resultó curioso hablarle al personaje desde el punto de vista de alguien que cree saberlo todo sobre él. Acabe convirtiéndome en la voz de su conciencia.
10. Destacaría la gran atención que tus cuentos muestran al detalle revelador. De nuevo una gran virtud de la narrativa norteamericana -y que sus escritores y guionistas han mostrado siempre tan bien-. Esos detalles dichos sin importancia pero que al lector le permiten entender lo que está pasando por la mente de los personajes sin decirlo. Pondré un ejemplo. En el cuento "Antes de los 30" una pareja retoza en la cama. Contado desde el punto de vista de Andrés, el protagonista, vemos cómo Ata, la chica, lo acosa. Quiere tener un hijo, algo con lo que Andrés no está de acuerdo, y le provoca para hacer el amor. Hay una lucha en el campo de batalla del colchón en el que Andrés termina por mostrar su distanciamiento. Ata se da por vencida y sus deseos se aplacan. Cuando Ata sale del baño, en mitad del ritual de seducción, sale "envuelta con una toalla, con el cabello húmedo y dispuesta a seguir en sus trece". Pero cuando Andrés hace que se dé por vencida, "deja caer la toalla al suelo, se pone unas bragas limpias y la parte superior de mi pijama". Me parece un ejemplo de la sutileza del detalle a la que me refería. No hace falta que expliques lo que ha ocurrido para que lo entendamos.
Estoy convencido que es a través de esos detalles sin importancia y los gestos mínimos como se define la atmósfera y se dibujan los personajes en la literatura que prefiero. Los norteamericanos son maestros en ese terreno. Se han preocupado menos de psicoanalizar a sus personajes que de describir cómo sostienen un vaso de agua, y sin embargo han conseguido transmitir a los lectores mucha más información acerca de esos personajes por la forma en que coge el vaso. A mi entender eso reduce al mínimo la distancia entre la historia y el lector, ayuda a intimar, a identificarse con lo que está leyendo, y esa es una de las finalidades que persigo.
11. Los diálogos y muchas descripciones son muy coloquiales. ¿Cómo has trabajado ese coloquialismo para que no rebajara demasiado el tono general de los cuentos?
Permíteme enlazar con la respuesta anterior. Decía que una de mis aspiraciones es que el lector se reconozca en mis personajes, que se sienta cómodo formando parte de la ficción, que se olvide de que está leyendo. Los diálogos y descripciones deben ser coloquiales en la medida justa. Sé que un personaje literario no debe utilizar las expresiones corrientes con que habla una persona real. No se puede escribir como si se trascribiera una grabación telefónica, he leído unas cuantas y resultan ridículas, acabas por llevarte una idea escasa o deformada de los interlocutores porque careces de la esencia que aporta profundidad a la historia. Me fié de mi instinto como lector a la hora de encontrar el equilibrio preciso entre el coloquialismo que estaba empeñado en transmitir y la reflexión que a cualquier obra literaria se le exige. Una vez tuve montado el libro me dediqué a trabajarlo desde una perspectiva integral; el tono global de la historia me iba solicitando la introducción de elementos más o menos sustanciosos según necesitara inquietar más o menos la atención del lector, con la finalidad de que éste reconociera como propios los sentimientos que no muy a menudo nos atrevemos a formular en voz alta.
12. Destácanos algunos libros de relatos de este comienzo de milenio que te parezcan sobresalientes.
Ya he comentado anteriormente que siento inclinación por “Winesburg, Ohio”. A éste añadiría los cuentos de Hemingway que muy acertadamente ha rescatado la editorial Lumen, y los relatos de Cheever. Con esos tres libros, agua y pan, podría cumplir condena. Y puede que incluso sin pan.
13. Este es tu segundo libro de relatos. Ambos están publicados en editoriales minoritarias. ¿Cuál ha sido tu experiencia a la hora de intentar ser publicado?
¿Puedo gritar?…
¿Se ha oído?...
¿Puedo volver a gritar?...
No me consuela en absoluto leer o escuchar que a este escritor o aquel de más allá lo rechazaron tropecientas mil veces antes de ver publicado su libro, siempre tengo la sensación de que están hablando de mí. Aunque sé que esa circunstancia es independiente del resultado obtenido por el escritor e intento que no me desanime. Es lo que hay. Lo acepto.
14. Háblanos de algún relato que en un momento de tu vida te perturbara o impresionara por algún motivo especial, con el que vivieras una de esas epifanías que tanto nos gustan a los escritores.
Hubo un tiempo en que releía con bastante frecuencia “El fin de algo”, de Hemingway. Para mí es una muestra impecable de la mentada teoría del “iceberg” en apenas seis páginas. El primer párrafo describe con trazos veloces y exactos el declive de una población que antaño creció gracias al impulso de un aserradero. Tres o cuatro frases para que el lector comprenda lo importante que fue la industria maderera para el desarrollo del pueblo y lo importante que fue la desaparición de esas instalaciones para empobrecerlo. De repente la historia da un salto de diez años y Hemingway la quiebra para llevarnos hacia una dirección distinta a la que el lector intuía; aparecen dos personajes, Nick y Marjorie, la historia se focaliza en ellos, en la conversación que ambos mantienen y que se extiende las cinco páginas siguientes. El autor nos introduce con suma agilidad en una situación de hastío. El aburrimiento lo colma todo, incluso el ritmo de la narración. El lector se contagia de esa cadencia poco más o menos exasperante. No ocurre nada. Parece que no ocurra nada, únicamente un cuento sin altibajos ha finalizado. El mundo que bullía alrededor del aserradero ha finalizado. La historia de amor entre Nick y Marjorie también ha finalizado. La atmósfera resulta muy flemática y al mismo tiempo absorbente. Cómo me gustaría acercarme una milésima a esa maestría con que Hemingway consigue estremecerme. Me pone los pelos de punta. El diálogo entre los dos personajes da a entender que algo ha pasado con anterioridad, que no es la primera vez que conversan sobre ese algo. El lector lo intuye, adivina lo que el autor calla, aquello que justifica lo que acabamos de leer, aquello que es precisamente gracias a lo que el relato existe. Una maravilla.
15. He dejado para el final un comentario sobre algo de lo que los escritores no suelen querer hablar. Tengo la sensación de que este libro es muy personal y que toca tu propia experiencia personal. Habla mucho de ti, no sé hasta qué punto, pero ese tono reivindicativo de Andrés, a veces demasiado duro, sobre todo en los últimos relatos, deja entrever un mensaje secreto cuyo contenido has preferido dejar oculto -lo que por otro lado le da gran parte del encanto elusivo del libro-.
Hasta qué punto habla de mí lo incluiremos en el capítulo “secretos del cocinero”. No voy a negar que el libro rebosa ingredientes personales —creo que en el fondo todo escritor los utiliza—, pero no por eso configuran obligatoriamente una autobiografía. Con sinceridad, no me reconozco en Andrés Tangen, y eso que mi primera intención fue la de alumbrar un alter ego, pero no. A medida que iba definiendo su personalidad notaba cómo se distanciaba más y más de la mía. Para el escritor hay algo muy importante que no lo es tanto para el lector: diferenciar veracidad y credibilidad. La literatura debe ser creíble siempre, y al contrario, veraz puede dejar de serlo en cualquier momento. El escritor deberá disimular sus verdades con verosimilitud, ese es su trabajo. En mi relato “11 de julio de 2004” hablo de Marc, un recién nacido ingresado en la unidad de intensivos de un hospital. Mi segundo hijo nació el 11 de julio de 2004, se llama Marc y estuvo 20 días en la U.C.I. Con esos datos se puede deducir que es un relato autobiográfico. Sin embargo mi hija también estuvo en la U.C.I. cuando nació en enero de 1999, cinco años antes, y puedo asegurar que en ese relato recojo sentimientos que anidaban en mi interior desde entonces, esperando esa segunda experiencia para ser recogidos por escrito.
16. Y para acabar, ¿puedes indicarnos algún escritor actual (de novela o relatos, español o extranjero) que a tu juicio esté infravalorado y otro que, también a tu libre juicio, esté sobrevalorado?
Haré patria y como escritor infravalorado nombraré a uno de la tierra. Siempre me he declarado “Calcediano”. Considero que Gonzalo Calcedo es una pieza irreemplazable en la narrativa actual, y lamento que no se reconozca lo suficiente todo lo que ha hecho por el cuento español, tan al rebufo siempre de la tradición hispanoamericana.
¿Escritor sobrevalorado?: no acabo de encontrarle la gracia a Haruki Murakami, pero esto también lo he comentado con algún que otro escritor amigo y me dicen que es cuestión de seguir leyéndolo. Estoy en ello.
La estructura del libro la tuve clara desde el primer momento. Verdaderamente me encuentro cómodo en este formato y para narrar la vida de Andrés Tangen me propuse alternar relatos cortos, de entre 2 ó 3 páginas, con otros de hasta 12 ó 14. El orden de los relatos —que tantos quebraderos de cabeza producen a muchos cuentistas— me vino dado. Tenía una historia y mi propósito era fragmentarla, romperla, que cada cuento tuviera peso y significado por sí mismo, desgajado del resto, pero que la perspectiva del conjunto añadiera una magnitud definitiva, que la rematara. Me gustaría que los lectores apreciaran un sentido nuevo cuando lleguen al final del libro, un significado que antes le hubiera pasado desapercibido, porque creo que hay elementos, sobre todo en lo que se refiere a la personalidad del protagonista, que adquieren su dimensión exacta al llegar al último relato.
Por otra parte, respecto a la diferencia entre géneros literarios, yo sí estoy convencido de que las hay —muchas y a mucha honra—, pero eso no prestigia a unos en detrimento de otros. Cada creador elige sus propios mecanismos para alcanzar lo que persigue, o bien los mecanismos eligen a cada creador. No soy partidario de conflictos entre novela y cuento. Ese es un debate que no me interesa, aunque sí me resulta llamativo que a un cuentista se le pregunte continuamente para cuándo una novela, y a un novelista no se le pregunte jamás para cuándo un libro de cuentos.
2. El gran logro de tu libro me parece la modulación elegante del lenguaje con el que se van contando las distintas fases de la vida de Andrés Tangen: cuando se abarca la crueldad de la niñez, la mirada es cruda -"Verdugos"-; para la rebeldía y el descubrimiento sexual de la adolescencia, el lenguaje es más perturbador y extrañado -"¿Cómo va a ser lo mismo?"-; para la melancolía final de la madurez, el lenguaje se va haciendo melancólico.
Sí, el tono era primordial para acotar las diferentes etapas y definir la evolución del personaje principal. Opté por una mirada cruda para la niñez, tal y como tú indicas, porque es el tiempo más sincero y espontáneo. Si en ocasiones la infancia se sitúa más cercana a la crueldad que a la inocencia, es precisamente porque se trata de una edad instintiva, carente de prejuicios. La personalidad de un niño bascula ente extremos, sin ninguna obligación social que le obligue a disimular sus sentimientos. La adolescencia es perturbadora porque en esa etapa se concreta nuestra personalidad, es en ese periodo cuando uno empieza a apuntar las señales de aquello en lo que acabará convirtiéndose, cuando lo que uno será empieza a insinuarse. Y la melancolía de los últimos relatos que comentas, Miguel Ángel, he de admitir que no había reparado en ella, pero si existe será causada por la decepción y la inseguridad que provoca en un adulto la duda permanente de no haber llegado a ninguna parte, o haber llegado a un lugar equivocado.
3. El primer relato del libro, "Verdugos", da indicios claros de qué libro nos ofreces. Es un relato violento y cruel narrado con una voz desapasionada y distante -pero siempre "comprometida", que no "entrometida", en la historia contada-.
“Verdugos” es un cuento rápido, de un solo párrafo, que tuve que rescribir hasta el agotamiento porque a sabiendas de que abriría el libro, el muy borde tendía a desobedecerme y adoptar por su cuenta matices excesivamente salvajes que lo situaban fuera del conjunto. Es curioso que la voz no te resulte “entrometida”, ya que me vi forzado a participar en exceso hasta conseguir la imparcialidad y el desapego que consideraba necesarios para que el relato funcionara. Quería imprimirle un ritmo vertiginoso, que el lector quedará sin resuello durante las primeras páginas. Lejos de mi intención estaba moralizar con esta historia. Consideraba ese extremo trascendental. Me negaba a observar al grupo de niños con los ojos de un adulto adoctrinador; los niños debían comportarse con total libertad, sin sospechar que los estaba atrapando para convertirlos en personajes de un cuento.
4. Los tres primeros relatos son en tercera persona y hay un narrador que a veces interviene –ese casi entrometido al que me refería antes- y que da ciertas opiniones, que al principio pueden sonar extemporáneas hasta que entendemos que dan el tono "coral" que el libro busca. Pero también hay relatos en primera persona, en presente, con un tono colectivo. Desde una vocación realista. Háblanos de cómo entiendes la voz narrativa.
En efecto, hay varios relatos —creo que en el que más se evidencia es “Perlas amarillas”— en los que el narrador se convierte en un infiltrado y pasa a ser un personaje más de la trama. Eso me permite acercar al lector, arrastrarlo a mi lado y cuchichearle unas cuantas frases como si se tratara de algo que nos afecta íntimamente a ambos, y luego volverlo a desplazar para que continúe leyendo. En definitiva la voz narrativa no es más que la distancia que el autor establece entre sus personajes y los lectores. Yo me propuse utilizar las tres personas verbales del singular con la finalidad de alterar la unidad de la historia, de otro modo, de haber optado por narrarla desde un único punto de vista, por ejemplo en primera persona, corría el riesgo de situarla demasiado próxima a una novela. Y me gusta pensar que esa alternancia irregular servirá para desconcertar al lector, provocarlo y evitar que se acomode y se olvide que tiene entre manos un libro de cuentos.
5. ¿Puedes hablarnos de tus autores preferidos de relato corto, y cuáles han influido más en el origen y formación de tu obra?
Es evidente que me pierden los cuentistas norteamericanos, ellos han conseguido llamar a las cosas por su nombre, hablar de la cotidianidad sin que resulte estridente ni aburrido, y lo que para mi es más importante evitando el costumbrismo. Los nombres de los autores que prefiero, más que una lista, conforman una sucesión. La lectura de uno me lleva al siguiente. O.Henry, Hawtorne, Sherwood Anderson, Hemingway, Salinger, Cheever, Alice Munro, Annie Proulx, Carver, Tobias Wolff, Richard Bausch, Richard Ford, Tohm Jones... vale, vale, voy a parar. Pero cuando pienso en el origen, en mi primera necesidad de sentarme a escribir un relato, no puedo esquivar la deuda con el Hemingway cuentista y con un libro que estructuralmente considero en la cima: “Winesburg, Ohio”, de Sherwood Anderson.
6. Escoge uno de tus relatos preferidos, por el motivo que sea, de cualquiera de tus libros: analízalo, cuéntanos cómo lo creaste, cuánto te llevó, háblanos de él cuanto quieras.
Intentaré hablar del relato titulado “Papá, no corras”, no tanto por ser mi preferido —tiendo a considerar por igual a todos mis retoños— como por ser la primera historia que quedó cerrada entre las 18 que componen el volumen. Mientras los demás cuentos existían como mero apunte ésta ya estaba escrita y finalizada, y creo que es a su alrededor que se distribuye el resto. El relato quiere hablar del abatimiento, de la fragilidad de nuestras convicciones, la debilidad de cada decisión que adoptamos y el escaso control que ejercemos sobre nuestra existencia. Surgió a raíz de una anécdota laboral. Por cuestiones de trabajo tuve contacto con una mujer que me sacaba 20 años de edad, una mujer que perfectamente podría haber sido mi madre. Se presentó en las oficinas del juzgado en el que por aquel entonces me encontraba destinado para recoger la orden de libertad de su marido. Cuando se fue con el mandamiento judicial en su poder camino del centro penitenciario, empecé a preguntarme qué podría llevar a un hombre normal y corriente a quebrantar la ley, qué pensaría una mujer normal y corriente mientras espera a su marido normal y corriente a las puertas de la prisión, qué pensaría ese hombre, qué pensarían sus hijos, cómo podrían todos ellos afrontar los días a partir de ese momento. La vida continúa y sin embargo debe ser muy difícil seguir viviendo cuando algo así sucede. El relato trata de aportar respuestas a todas esas cuestiones.
7. Tu gran pasión es la literatura norteamericana, y entre ellas están tus cuentistas preferidos. Hay algo que has tomado muy bien de esa tradición: el vínculo espacial. Alhofra, un imaginario pueblo valenciano, también presente en tu primer libro, El tacto de un billete falso, funciona como ese perfecto marco geográfico y, tal y como entiende la tradición americana, también moral.
No sólo en la literatura norteamericana existe la tradición de mitificar ciertos lugares. Está Yoknapatawpha pero también está Macondo, y aquí en España está Región, Celama, Medana… Alhofra era el espacio de mi libro “El tacto de un billete falso”, es el espacio de éste, y seguramente lo será del siguiente. Es un trabajo hecho, tengo el callejero, conozco a la gente, los veo todos los días, vivo allí con ellos… Me apetecía reconocer el escenario sobre el que iban a evolucionar mis personajes y para ello debía dotarlo tanto geográfica como espiritual e intelectualmente. Si sé donde están, sé lo que les rodea, sé lo que tienen al alcance de la mano, lo que observan por la ventana de sus casas, lo que escuchan a través de las medianeras, puedo controlarlos, me resultan creíbles. Y siempre he pensado que mientras yo me crea las historias que escribo el lector acabara por creérselas. Ahí opino que es cuando interviene la simpatía médica, como esos casos en que dos gemelos son capaces de compartir sentimientos aún estando a kilómetros de distancia.
8. Hagamos un pequeño viaje literatura-cine. Al leer tu libro y observar su estructura: diversos episodios en la vida de un personaje y personajes variados que entran y salen de los relatos, desaparecen y reaparecen tres cuentos más tarde, recordaba una tradición norteamericana que, curiosamente, ha dado sus mejores frutos en el cine. Tu libro le encantará a aquel que haya disfrutado películas como Vidas cruzadas, Happiness, Magnolia, Crash o Nueve vidas.
Hay unos cuantos lectores que ya me han advertido de cierta agilidad cinematográfica que recorre el libro. Reconozco que ese elemento se me ha colado de forma inconsciente, aunque no me desagrada que así sea. Seguro que además de las influencias literarias que no voy a negar, he recibido influencias musicales y cinematográficas, tanto de las películas que tú apuntas como las primeras de Quentin Tarantino o las de González Iñárritu. Tampoco quería limitar el protagonismo a un único personaje. Un secundario en un relato puede convertirse en protagonista del siguiente. Así es la vida, cada cual protagoniza su propia historia.
9. Ese personaje que evoluciona y aprende y se desilusiona y se enamora y fracasa en el matrimonio y se une con gente poco recomendable, esa ronda interminable que al final es la vida, permite jugar con distintos tonos narrativos. Siguiendo con las alusiones cinematográficas, hay varios relatos en los que juegas con el tono del cine negro. Digo cine porque es un clima no de novela negra, sino un humus de penumbra y violencia, de rencor y amenaza que a la vez está contado con visos muy cotidianos. Un clima, más que un género. El ejemplo más claro es el cuento que da título al libro, narrado además en segunda persona.
Ese tono oscuro y amenazante al que aludes —me quedo con la amenaza antes que con la violencia; la violencia posee un componente demasiado explícito— fue elegido a conciencia, pero no pensando en la tradición del género negro, sino intentando aproximar los cuentos a los dominios del realismo. En alguna ocasión escuché que a un escritor de prestigio le bastaba una rubia, un coche veloz y un revolver en la guantera para escribir una novela. Por el contrario yo no creo que mucha gente cumpla esos tres requisitos, al menos yo no los conozco, no me rodeo de personas así. Fui muy escrupuloso y lo pensé mucho antes de decidirme a introducir el relato “Conozco un atajo que te llevará al infierno” en el libro. No quería que rechinara con respecto al conjunto, quería que estuviera justificado, que el lector lo encontrara en el momento justo para que no provocara ningún sentimiento de rechazo. La segunda persona fue un reto que me impuse, una decisión adoptada a priori. Resultó curioso hablarle al personaje desde el punto de vista de alguien que cree saberlo todo sobre él. Acabe convirtiéndome en la voz de su conciencia.
10. Destacaría la gran atención que tus cuentos muestran al detalle revelador. De nuevo una gran virtud de la narrativa norteamericana -y que sus escritores y guionistas han mostrado siempre tan bien-. Esos detalles dichos sin importancia pero que al lector le permiten entender lo que está pasando por la mente de los personajes sin decirlo. Pondré un ejemplo. En el cuento "Antes de los 30" una pareja retoza en la cama. Contado desde el punto de vista de Andrés, el protagonista, vemos cómo Ata, la chica, lo acosa. Quiere tener un hijo, algo con lo que Andrés no está de acuerdo, y le provoca para hacer el amor. Hay una lucha en el campo de batalla del colchón en el que Andrés termina por mostrar su distanciamiento. Ata se da por vencida y sus deseos se aplacan. Cuando Ata sale del baño, en mitad del ritual de seducción, sale "envuelta con una toalla, con el cabello húmedo y dispuesta a seguir en sus trece". Pero cuando Andrés hace que se dé por vencida, "deja caer la toalla al suelo, se pone unas bragas limpias y la parte superior de mi pijama". Me parece un ejemplo de la sutileza del detalle a la que me refería. No hace falta que expliques lo que ha ocurrido para que lo entendamos.
Estoy convencido que es a través de esos detalles sin importancia y los gestos mínimos como se define la atmósfera y se dibujan los personajes en la literatura que prefiero. Los norteamericanos son maestros en ese terreno. Se han preocupado menos de psicoanalizar a sus personajes que de describir cómo sostienen un vaso de agua, y sin embargo han conseguido transmitir a los lectores mucha más información acerca de esos personajes por la forma en que coge el vaso. A mi entender eso reduce al mínimo la distancia entre la historia y el lector, ayuda a intimar, a identificarse con lo que está leyendo, y esa es una de las finalidades que persigo.
11. Los diálogos y muchas descripciones son muy coloquiales. ¿Cómo has trabajado ese coloquialismo para que no rebajara demasiado el tono general de los cuentos?
Permíteme enlazar con la respuesta anterior. Decía que una de mis aspiraciones es que el lector se reconozca en mis personajes, que se sienta cómodo formando parte de la ficción, que se olvide de que está leyendo. Los diálogos y descripciones deben ser coloquiales en la medida justa. Sé que un personaje literario no debe utilizar las expresiones corrientes con que habla una persona real. No se puede escribir como si se trascribiera una grabación telefónica, he leído unas cuantas y resultan ridículas, acabas por llevarte una idea escasa o deformada de los interlocutores porque careces de la esencia que aporta profundidad a la historia. Me fié de mi instinto como lector a la hora de encontrar el equilibrio preciso entre el coloquialismo que estaba empeñado en transmitir y la reflexión que a cualquier obra literaria se le exige. Una vez tuve montado el libro me dediqué a trabajarlo desde una perspectiva integral; el tono global de la historia me iba solicitando la introducción de elementos más o menos sustanciosos según necesitara inquietar más o menos la atención del lector, con la finalidad de que éste reconociera como propios los sentimientos que no muy a menudo nos atrevemos a formular en voz alta.
12. Destácanos algunos libros de relatos de este comienzo de milenio que te parezcan sobresalientes.
Ya he comentado anteriormente que siento inclinación por “Winesburg, Ohio”. A éste añadiría los cuentos de Hemingway que muy acertadamente ha rescatado la editorial Lumen, y los relatos de Cheever. Con esos tres libros, agua y pan, podría cumplir condena. Y puede que incluso sin pan.
13. Este es tu segundo libro de relatos. Ambos están publicados en editoriales minoritarias. ¿Cuál ha sido tu experiencia a la hora de intentar ser publicado?
¿Puedo gritar?…
¿Se ha oído?...
¿Puedo volver a gritar?...
No me consuela en absoluto leer o escuchar que a este escritor o aquel de más allá lo rechazaron tropecientas mil veces antes de ver publicado su libro, siempre tengo la sensación de que están hablando de mí. Aunque sé que esa circunstancia es independiente del resultado obtenido por el escritor e intento que no me desanime. Es lo que hay. Lo acepto.
14. Háblanos de algún relato que en un momento de tu vida te perturbara o impresionara por algún motivo especial, con el que vivieras una de esas epifanías que tanto nos gustan a los escritores.
Hubo un tiempo en que releía con bastante frecuencia “El fin de algo”, de Hemingway. Para mí es una muestra impecable de la mentada teoría del “iceberg” en apenas seis páginas. El primer párrafo describe con trazos veloces y exactos el declive de una población que antaño creció gracias al impulso de un aserradero. Tres o cuatro frases para que el lector comprenda lo importante que fue la industria maderera para el desarrollo del pueblo y lo importante que fue la desaparición de esas instalaciones para empobrecerlo. De repente la historia da un salto de diez años y Hemingway la quiebra para llevarnos hacia una dirección distinta a la que el lector intuía; aparecen dos personajes, Nick y Marjorie, la historia se focaliza en ellos, en la conversación que ambos mantienen y que se extiende las cinco páginas siguientes. El autor nos introduce con suma agilidad en una situación de hastío. El aburrimiento lo colma todo, incluso el ritmo de la narración. El lector se contagia de esa cadencia poco más o menos exasperante. No ocurre nada. Parece que no ocurra nada, únicamente un cuento sin altibajos ha finalizado. El mundo que bullía alrededor del aserradero ha finalizado. La historia de amor entre Nick y Marjorie también ha finalizado. La atmósfera resulta muy flemática y al mismo tiempo absorbente. Cómo me gustaría acercarme una milésima a esa maestría con que Hemingway consigue estremecerme. Me pone los pelos de punta. El diálogo entre los dos personajes da a entender que algo ha pasado con anterioridad, que no es la primera vez que conversan sobre ese algo. El lector lo intuye, adivina lo que el autor calla, aquello que justifica lo que acabamos de leer, aquello que es precisamente gracias a lo que el relato existe. Una maravilla.
15. He dejado para el final un comentario sobre algo de lo que los escritores no suelen querer hablar. Tengo la sensación de que este libro es muy personal y que toca tu propia experiencia personal. Habla mucho de ti, no sé hasta qué punto, pero ese tono reivindicativo de Andrés, a veces demasiado duro, sobre todo en los últimos relatos, deja entrever un mensaje secreto cuyo contenido has preferido dejar oculto -lo que por otro lado le da gran parte del encanto elusivo del libro-.
Hasta qué punto habla de mí lo incluiremos en el capítulo “secretos del cocinero”. No voy a negar que el libro rebosa ingredientes personales —creo que en el fondo todo escritor los utiliza—, pero no por eso configuran obligatoriamente una autobiografía. Con sinceridad, no me reconozco en Andrés Tangen, y eso que mi primera intención fue la de alumbrar un alter ego, pero no. A medida que iba definiendo su personalidad notaba cómo se distanciaba más y más de la mía. Para el escritor hay algo muy importante que no lo es tanto para el lector: diferenciar veracidad y credibilidad. La literatura debe ser creíble siempre, y al contrario, veraz puede dejar de serlo en cualquier momento. El escritor deberá disimular sus verdades con verosimilitud, ese es su trabajo. En mi relato “11 de julio de 2004” hablo de Marc, un recién nacido ingresado en la unidad de intensivos de un hospital. Mi segundo hijo nació el 11 de julio de 2004, se llama Marc y estuvo 20 días en la U.C.I. Con esos datos se puede deducir que es un relato autobiográfico. Sin embargo mi hija también estuvo en la U.C.I. cuando nació en enero de 1999, cinco años antes, y puedo asegurar que en ese relato recojo sentimientos que anidaban en mi interior desde entonces, esperando esa segunda experiencia para ser recogidos por escrito.
16. Y para acabar, ¿puedes indicarnos algún escritor actual (de novela o relatos, español o extranjero) que a tu juicio esté infravalorado y otro que, también a tu libre juicio, esté sobrevalorado?
Haré patria y como escritor infravalorado nombraré a uno de la tierra. Siempre me he declarado “Calcediano”. Considero que Gonzalo Calcedo es una pieza irreemplazable en la narrativa actual, y lamento que no se reconozca lo suficiente todo lo que ha hecho por el cuento español, tan al rebufo siempre de la tradición hispanoamericana.
¿Escritor sobrevalorado?: no acabo de encontrarle la gracia a Haruki Murakami, pero esto también lo he comentado con algún que otro escritor amigo y me dicen que es cuestión de seguir leyéndolo. Estoy en ello.
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