Al día siguiente fue cuando decidí pasar la tarde buscando algo que en realidad le hiciera ilusión a Ata. Había mucha animación por la calle y todo eso, lo típico para la fecha del año de la que hablo. La gente entraba y salía de los comercios a raudales. Todo el mundo cargaba con paquetes envueltos con papel de regalo y lazos de colores, ya sabes. Era un hormiguero la calle Colón y la calle Jorge Juan y la calle Lauria. También Ruzafa y Játiva estaban muy concurridas. Pedazos de moqueta roja cubrían las aceras como si fueran alfombras extendidas en el suelo al paso de gente importante. Por todos lados se oían villancicos. Luces y más luces, pequeños árboles de navidad con lazos rojos prendidos en el extremo de sus ramas flanqueaban los escaparates, bolas doradas, espumillón de colores, bolas rojas y plateadas, nieve en spray sobre los cristales, más luces, luces colgando de un lado a otro de las calles. El aire del atardecer era todo una aureola por tanta luz derramada. Villancicos cantados por Boney M., por Bing Crosbi y David Bowie, por Raphael. El aire olía a navidad, dulce navidad.
(De “Conozco un atajo que te levará al infierno”, páginas 101 y 102)
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