Sé que este libro es un manual casi perfecto para hablar de las similitudes y diferencias entre la novela y el cuento, pero preferiría no hacerlo. No caeré en el tópico que tanto molesta a los escritores (sobre todo a los de relatos), ni me detendré más allá de estas dos frases, que están a punto de acabar, en lo que este volumen tiene de novela o de libro de relatos. Punto seguido. Pasamos a otro tema. Al fin y al cabo, creo que Pepe Cervera ha escrito un libro de aventuras. Sí, no te sorprendas, Pepe. Un libro de aventuras porque cuando la literatura se acerca a la vida de las personas transformadas en personajes, ya entramos en el terreno de la aventura, de lo azaroso, de la incógnita, de lo incógnito.
En estos tiempos la literatura sueña con volverse electrónica (no sólo por su modo de lectura sino también por su tema narrativo –casi historias sobre transistores, que parecen estar escritas para ser leídas por transistores-). Es una opción interesante, sin duda, por los caminos que abre en la literatura. Pero hasta ahora, que se sepa, los transistores no leen. Todo llegará, seguro que sí, pero Pepe Cervera ha preferido optar por otra senda, la del personaje puro, la de la narración pura, en el contexto de una estructura impura.
Me gustaría limitarme a dar algunas pinceladas de aspectos que se incluyen en este libro, y que me han parecido muy descatables. Sobre todo queremos escuchar a su autor hablando sobre su libro, y no pretendo acaparar demasiado tiempo antes de iniciar su intervención.
“Conozco un atajo que te llevará al infierno” cuenta la senda de una vida, más que la historia de una vida. Andrés Tangen, el protagonista de la mayoría de estos dieciocho cuentos, nos acompaña y nos anima a que le acompañemos desde su infancia hasta la entrada en la madurez definitiva, la que ya no admite vueltas atrás, ni arrepentimientos ni perdones, la que asume que la estancia en el mundo es definitiva, pero breve. Como un cuento. Decía antes que la estructura es impura porque toma elementos propios del cine, la novela o el cuento. Abunda en un mestizaje necesario y muy moderno, aunque no hable de transistores. Habla de Andrés, lo decía antes. Andrés Tangen. Me ha recordado mucho este Andrés a un Andrés famoso de la literatura española: Andrés Hurtado, el protagonista de “El árbol de la ciencia”, en lo que aquella novela tenía de iniciática y melancólica, por su capacidad de mostrarnos al tiempo los efluvios ilusionantes y el poder retórico y violento de la juventud y la serena aceptación de los desastres de la vida que conlleva la madurez.
Pepe Cervera consigue que al acabar el libro sintamos que su voz está muy cercana a la de Andrés Tangen, y “Conozco un atajo que te llevará al infierno” es de esos libros en que percibimos que su autor se ha comprometido con el personaje hasta extremos muy íntimos, y no ha tenido miedo a mostrar sentimientos que van de la ira a la mezquindad, del agravio generacional a la falta de compasión. Pero al tiempo desde una perspectiva humana. Es decir, Pepe Cervera ha preferido, antes que consolarnos con pamemas sentimentales, ser fiel a su idea noble del realismo literario como transmisor de experiencias vitales.
En los tres primeros relatos Andrés Tangen es un niño de once años al que vemos mezclado entre iguales. La pandilla, el grupo. Constatamos que en los niños de cualquier época anida la violencia y la sexualidad. Pepe Cervera nos habla de Andrés Tangen, una vez pasados esos primeros cuentos, como podría hablarnos de Castro o de Quesada, dos de sus compañeros de juegos. Escoge a Andrés porque el escritor es un coleccionista de decisiones, y tiene que elegir constantemente. El foco ilumina a partir de entonces a Andrés y a los suyos: familia, amigos, amores, amantes, y amigos de sus amantes. Como Arthur Schnitzler en “La ronda” los cuentos van viajando a través de personas distintas, y aunque el foco siempre permanezca sobre Andrés, el autor nos invita a recordar que los personajes que desaparecen en las sombras, apenas protagonizan un cuento o dos tras salir de la esquina de un relato anterior, tienen su propia vida, su propia sustancia en los márgenes del cuento, fuera de las páginas de tacto amable de esta impecable edición de E.D.A.
Andrés, con alguna excepción, se expresa siempre, en los relatos protagonizados (entre comillas) por él, en primera persona. Es su voz la que nos habla, y es una voz que pasa de la admiración hacia su hermano al odio a la figura del padre, del bravo azogue de la juventud a la sensación de proyecto inacabado que le acompaña en los últimos cuentos, de la rebelión libertaria que para él supone abandonar el instituto, en el cuento “Deriva”, al fracaso vital que supone el no ser capaz de acudir al velatorio de su propio padre, como ocurre en el cuento "Como un hombre que sobrevuela el mar". Para las otras historias, en las que Andrés es un referente, un secundario, o simplemente un vacío (porque no aparece en ellas), Pepe ha elegido la tercera persona, incluso la segunda persona, ese procedimiento tan difícil de utilizar para un escritor, en el relato central del libro, el que le da título. Pero es que el narrador hay momentos en que nos interroga, nos acusa, pide nuestra conformidad, y dirigiéndose al lector, escribe: "No sé si con lo que te he dicho podrás hacerte una idea", "Imagínate la escena...", o "No me preguntéis cómo". En esos comentarios está -a mi modo de ver, ahora su autor nos puede hablar sobre esto- una de las claves del libro. ¿Quién es el narrador de estos cuentos? Creo, adelanto mi respuesta, que es Andrés Tangen el narrador de todos los cuentos, y que de ese modo ve cumplida su aspiración final de ser escritor, de escribir relatos, aunque sólo sea para hacer aparecer a los amigos. Con esa teoría se demostraría que, finalmente, Andrés ha aprendido algo: todos podemos ser personajes, somos personajes de una historia interminable. La literatura es una forma de conocimiento. También de redención. Y este Andrés tiene una necesidad absoluta de redención, aunque nunca lo reconocería. Por eso nos cuenta estas historias absorbentes, escritas con un lenguaje sintético y preciso. Es un libro que se lee del tirón, con un interés creciente. Su autor es capaz de darle sustancia narrativa –si se lee con atención y no con la precipitada rapidez a que puede mover su fácil lectura- a una escena tan corriente como dos amigos tomando una copa en un bar. En los pequeños gestos (una toalla que muestra un pecho desnudo, el cuello de un jersey cubierto por la caspa, las fotos de unos niños en el salpicadero de un coche) Pepe Cervera, como en un sagrario, introduce sus claves, sus símbolos cotidianos que explican lo que sus personajes quieren, añoran o pierden.
También, por último destacaría la precisa utilización de la elipsis, de un modo muy propio del relato, pero a la vez de un modo especial. De un relato a otro pasan años, sí, y cosas, sí. Pero los años son una fecha, y basta con declararla. Han pasado diez años, se nos dice. Bien. Lo creemos. Sin embargo, nunca sabemos qué cosas han pasado en ese hueco de diez años. Se callan cosas. Como en los buenos cuentos. La teoría del iceberg de Hemingway, que sé que es un autor muy querido por Pepe. Lo que se ve no es tanto como lo que se calla. Y aquí esa teoría funciona de un modo preciso.
Este libro ha de ser leído por lo que cuenta tanto como por lo que calla. Hay muchos huecos, y eso le da al volumen una respiración especial y permite que nosotros participemos en la historia de Andrés, y que llenemos de carne la osamenta limada que Pepe nos entrega. Cada uno de ustedes, cuando lo lea, puede jugar a imaginar qué ocurrió en esa familia, por qué Andrés odia a su padre de aquella manera, por ejemplo. Podrán poner respuestas donde su autor se ha limitado a mostrarnos rayos verdes, como esos de la película de Rohmer. Momentos fugaces en que todo parece encajar o, lo que es más común en sus cuentos, desencajarse.
No quiero alargarme. Cedo la palabra a Pepe, y acabo como empecé, por esa diferencia novela-cuento de la que no he querido hablar. Termino dándoles un consejo. Si quieren leer este libro como una novela, háganlo. Si lo quieren leer como un libro de relatos, háganlo también. En cualquier caso, crucen este atajo que no precisamente les llevará al infierno. Lean a Pepe Cervera.
Texto con el que el escritor Miguel Ángel Muñoz presentó el día 15 de enero de 2010 mi Conozco un atajo que te llevará al infierno.
En estos tiempos la literatura sueña con volverse electrónica (no sólo por su modo de lectura sino también por su tema narrativo –casi historias sobre transistores, que parecen estar escritas para ser leídas por transistores-). Es una opción interesante, sin duda, por los caminos que abre en la literatura. Pero hasta ahora, que se sepa, los transistores no leen. Todo llegará, seguro que sí, pero Pepe Cervera ha preferido optar por otra senda, la del personaje puro, la de la narración pura, en el contexto de una estructura impura.
Me gustaría limitarme a dar algunas pinceladas de aspectos que se incluyen en este libro, y que me han parecido muy descatables. Sobre todo queremos escuchar a su autor hablando sobre su libro, y no pretendo acaparar demasiado tiempo antes de iniciar su intervención.
“Conozco un atajo que te llevará al infierno” cuenta la senda de una vida, más que la historia de una vida. Andrés Tangen, el protagonista de la mayoría de estos dieciocho cuentos, nos acompaña y nos anima a que le acompañemos desde su infancia hasta la entrada en la madurez definitiva, la que ya no admite vueltas atrás, ni arrepentimientos ni perdones, la que asume que la estancia en el mundo es definitiva, pero breve. Como un cuento. Decía antes que la estructura es impura porque toma elementos propios del cine, la novela o el cuento. Abunda en un mestizaje necesario y muy moderno, aunque no hable de transistores. Habla de Andrés, lo decía antes. Andrés Tangen. Me ha recordado mucho este Andrés a un Andrés famoso de la literatura española: Andrés Hurtado, el protagonista de “El árbol de la ciencia”, en lo que aquella novela tenía de iniciática y melancólica, por su capacidad de mostrarnos al tiempo los efluvios ilusionantes y el poder retórico y violento de la juventud y la serena aceptación de los desastres de la vida que conlleva la madurez.
Pepe Cervera consigue que al acabar el libro sintamos que su voz está muy cercana a la de Andrés Tangen, y “Conozco un atajo que te llevará al infierno” es de esos libros en que percibimos que su autor se ha comprometido con el personaje hasta extremos muy íntimos, y no ha tenido miedo a mostrar sentimientos que van de la ira a la mezquindad, del agravio generacional a la falta de compasión. Pero al tiempo desde una perspectiva humana. Es decir, Pepe Cervera ha preferido, antes que consolarnos con pamemas sentimentales, ser fiel a su idea noble del realismo literario como transmisor de experiencias vitales.
En los tres primeros relatos Andrés Tangen es un niño de once años al que vemos mezclado entre iguales. La pandilla, el grupo. Constatamos que en los niños de cualquier época anida la violencia y la sexualidad. Pepe Cervera nos habla de Andrés Tangen, una vez pasados esos primeros cuentos, como podría hablarnos de Castro o de Quesada, dos de sus compañeros de juegos. Escoge a Andrés porque el escritor es un coleccionista de decisiones, y tiene que elegir constantemente. El foco ilumina a partir de entonces a Andrés y a los suyos: familia, amigos, amores, amantes, y amigos de sus amantes. Como Arthur Schnitzler en “La ronda” los cuentos van viajando a través de personas distintas, y aunque el foco siempre permanezca sobre Andrés, el autor nos invita a recordar que los personajes que desaparecen en las sombras, apenas protagonizan un cuento o dos tras salir de la esquina de un relato anterior, tienen su propia vida, su propia sustancia en los márgenes del cuento, fuera de las páginas de tacto amable de esta impecable edición de E.D.A.
Andrés, con alguna excepción, se expresa siempre, en los relatos protagonizados (entre comillas) por él, en primera persona. Es su voz la que nos habla, y es una voz que pasa de la admiración hacia su hermano al odio a la figura del padre, del bravo azogue de la juventud a la sensación de proyecto inacabado que le acompaña en los últimos cuentos, de la rebelión libertaria que para él supone abandonar el instituto, en el cuento “Deriva”, al fracaso vital que supone el no ser capaz de acudir al velatorio de su propio padre, como ocurre en el cuento "Como un hombre que sobrevuela el mar". Para las otras historias, en las que Andrés es un referente, un secundario, o simplemente un vacío (porque no aparece en ellas), Pepe ha elegido la tercera persona, incluso la segunda persona, ese procedimiento tan difícil de utilizar para un escritor, en el relato central del libro, el que le da título. Pero es que el narrador hay momentos en que nos interroga, nos acusa, pide nuestra conformidad, y dirigiéndose al lector, escribe: "No sé si con lo que te he dicho podrás hacerte una idea", "Imagínate la escena...", o "No me preguntéis cómo". En esos comentarios está -a mi modo de ver, ahora su autor nos puede hablar sobre esto- una de las claves del libro. ¿Quién es el narrador de estos cuentos? Creo, adelanto mi respuesta, que es Andrés Tangen el narrador de todos los cuentos, y que de ese modo ve cumplida su aspiración final de ser escritor, de escribir relatos, aunque sólo sea para hacer aparecer a los amigos. Con esa teoría se demostraría que, finalmente, Andrés ha aprendido algo: todos podemos ser personajes, somos personajes de una historia interminable. La literatura es una forma de conocimiento. También de redención. Y este Andrés tiene una necesidad absoluta de redención, aunque nunca lo reconocería. Por eso nos cuenta estas historias absorbentes, escritas con un lenguaje sintético y preciso. Es un libro que se lee del tirón, con un interés creciente. Su autor es capaz de darle sustancia narrativa –si se lee con atención y no con la precipitada rapidez a que puede mover su fácil lectura- a una escena tan corriente como dos amigos tomando una copa en un bar. En los pequeños gestos (una toalla que muestra un pecho desnudo, el cuello de un jersey cubierto por la caspa, las fotos de unos niños en el salpicadero de un coche) Pepe Cervera, como en un sagrario, introduce sus claves, sus símbolos cotidianos que explican lo que sus personajes quieren, añoran o pierden.
También, por último destacaría la precisa utilización de la elipsis, de un modo muy propio del relato, pero a la vez de un modo especial. De un relato a otro pasan años, sí, y cosas, sí. Pero los años son una fecha, y basta con declararla. Han pasado diez años, se nos dice. Bien. Lo creemos. Sin embargo, nunca sabemos qué cosas han pasado en ese hueco de diez años. Se callan cosas. Como en los buenos cuentos. La teoría del iceberg de Hemingway, que sé que es un autor muy querido por Pepe. Lo que se ve no es tanto como lo que se calla. Y aquí esa teoría funciona de un modo preciso.
Este libro ha de ser leído por lo que cuenta tanto como por lo que calla. Hay muchos huecos, y eso le da al volumen una respiración especial y permite que nosotros participemos en la historia de Andrés, y que llenemos de carne la osamenta limada que Pepe nos entrega. Cada uno de ustedes, cuando lo lea, puede jugar a imaginar qué ocurrió en esa familia, por qué Andrés odia a su padre de aquella manera, por ejemplo. Podrán poner respuestas donde su autor se ha limitado a mostrarnos rayos verdes, como esos de la película de Rohmer. Momentos fugaces en que todo parece encajar o, lo que es más común en sus cuentos, desencajarse.
No quiero alargarme. Cedo la palabra a Pepe, y acabo como empecé, por esa diferencia novela-cuento de la que no he querido hablar. Termino dándoles un consejo. Si quieren leer este libro como una novela, háganlo. Si lo quieren leer como un libro de relatos, háganlo también. En cualquier caso, crucen este atajo que no precisamente les llevará al infierno. Lean a Pepe Cervera.
Texto con el que el escritor Miguel Ángel Muñoz presentó el día 15 de enero de 2010 mi Conozco un atajo que te llevará al infierno.
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