Las ocho y media ya. Teo cruza las piernas y al instante las descruza para poner un pie en el suelo. Enciende otro cigarrillo. Las ocho y media. Se pregunta dónde estará Reyes en este momento. No consigue sacársela de la cabeza; cada dos por tres su imagen ocupa sus pensamientos y una persistente sensación de náuseas arrecia en la boca de su estómago. Se siente incómodo consigo mismo, incómodo con Paco El Chepa y su manía con las palabras, incómodo con todo.
Debería haberse quedado en casa, esperándola. Había quedado con El Chepa para ir esta noche al concierto de Kiko Veneno en la Sala-4, Juan Cervera les ha conseguido un par de invitaciones, pero está pensando que mejor lo deja estar. Hoy no ha sido una buena idea salir. Le viene al pensamiento una película en la que un personaje explica su miedo a quedarse solo, y otro, un poco más hipócrita, le contesta con media sonrisa algo así como que todo el mundo está solo, pero es mucho más fácil llevarlo en compañía.
También él tiene miedo a la soledad, y más desde hace dos días, cuando averiguó que Reyes se lo está montando con un antiguo compañero de instituto. Jamás había pensado que algo así pudiera llegar a sucederle. Lleva dos noches sin dormir, preguntándose cómo debe reaccionar, qué debe decirle, si es que debe decirle algo, qué es lo que la gente suele hacer en una situación como esa.
(De “Conozco un atajo que te levará al infierno”, página 115)
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